Historia del Paraguay

Lo aparente y lo esencial en la interpretación de la Guerra contra el Paraguay

10/31/2024
Batalla de Avay. Pedro Américo, 1877.

Han pasado 160 años del inicio de la Guerra contra el Paraguay. La fecha del estallido, como casi todos los aspectos del conflicto, sigue siendo objeto de encendidas polémicas. Dada la influencia que mantiene el relato nacionalista, positivista, militarista y estructurado alrededor de la teoría del gran hombre, el peso de los detalles no debe sorprender.

Por Ronald León Núñez

Si lo que se pretende es un análisis estructural, que supone interpretar procesos complejos con enfoque totalizante para acercarnos a la definición de la naturaleza de la Guerra, enmarañarse en eso de las «fechas exactas» no es irrelevante, pero sí secundario.

Expliquemos mejor esto último. El general Carl Von Clausewitz, teórico de la ciencia militar, propuso que «la guerra no es sino la continuación de la política por otros medios». Si aceptamos esa definición, entenderemos que las guerras nunca son eventos aislados, repentinos, desconectados de los hechos previos en la esfera sociopolítica. «En la guerra –escribe el militar prusiano– hemos de empezar por examinar la naturaleza del conjunto; en esto es más necesario que en ninguna otra cosa reflexionar al mismo tiempo sobre la parte y el todo». Si solamente el estudio y el esclarecimiento de la globalidad permite ir más allá de lo aparente, el esfuerzo por reducir ese proceso, necesariamente contradictorio y dilatado en el tiempo, a una fecha, revela estrechez intelectual.  

Es evidente que, en términos políticos, la cuestión de la fecha responde a la necesidad de establecer históricamente cuál fue el «país agresor». La propaganda aliada y, después, la escuela liberal, atribuyen esa responsabilidad al Paraguay. La intención, evidentemente, es justificar el Tratado de la Triple Alianza y la posterior campaña militar en suelo paraguayo como medidas legítimas e inevitables para defender el honor nacional de sus países, mancillado por el ataque traicionero de una nación «bárbara».

Solano López inició las hostilidades con el Brasil y la Argentina. Es un hecho. Con todo, aislarlo del contexto y de la dinámica general de la «política previa» para basarse únicamente en el criterio de «quién disparó la primera bala» es otra muestra del tipo de razonamiento raso que acabamos de criticar.

El detonante, desde la perspectiva de Asunción, fue la penetración de tropas brasileñas en el Uruguay, entonces gobernado por un partido cercano al régimen lopista, iniciada el 12 de octubre de 1864. López, como se sabe, había advertido explícitamente a Río de Janeiro que una invasión terrestre del país oriental sería considerada casus belli. Ese hecho no puede omitirse. El dictador estaba convencido de que el control de Montevideo por parte de las dos principales potencias regionales, además de estrangular el comercio exterior controlado por su familia y unos pocos «ciudadanos propietarios», suponía un primer paso para, en un segundo acto, acabar con la soberanía paraguaya y, con ella, con su propio régimen.

Con ese razonamiento, y mal informado, decidió golpear primero, contando con una convergencia improbable de una serie de factores favorables que nunca ocurrió. López, un militar intempestivo y mediocre, erró casi todos sus cálculos político-militares, sobre todo en sus primeros movimientos ofensivos. Sin embargo, no puede decirse que la hipótesis de que la independencia de su país –en el cual él se consideraba «el Estado»– corría peligro ante la inusitada alianza brasileño-porteña que atacaba el Uruguay careciera de fundamentos recientes e históricos. La amenaza existía. Cómo el régimen paraguayo respondió a ella, es otra discusión. Por lo tanto, si consideramos la dinámica de los acontecimientos, parece acertado considerar que el hecho decisivo que situó la crisis regional en un punto de no retorno ocurrió el 12 de octubre de 1864, cuando la monarquía esclavista del Brasil, a sabiendas de la potencial reacción paraguaya, puso sus botas en el Uruguay. Esto selló, en la práctica, la alianza militar entre Río de Janeiro, Buenos Aires y la facción colorada liderada por el caudillo Flores contra el gobierno del Partido Blanco. La misma que, meses después, marcharía contra el Paraguay.

Si analizamos la crisis regional de 1863-64 sin omitir el papel expansionista y opresor que, históricamente, ejercieron porteños y luso-brasileños sobre el Paraguay, no es tan difícil comprender que, a pesar de que López tomó la iniciativa contra sus poderosos vecinos, lo hizo en medio de una situación defensiva o, por lo menos, preventiva. Esa contradicción aparente consistió más bien en un «golpear primero» que permitiera ganar tiempo y terreno y, así, configurar un escenario –¿negociación?– más ventajoso. Evidentemente, nadie sabe lo que López tenía en la cabeza. Pero lo anterior es mucho más plausible, con la mirada puesta en la dinámica del todo, que la cantinela liberal del supuesto «Napoleón del Plata» cuyos incontenibles planes expansionistas lo llevaron a creer «que podría derrotar a las naciones vecinas y conquistar porciones de sus territorios»[1].

Lo esencial

Pero, insistimos, la efeméride no debe girar alrededor de la propia efeméride. Debe propiciar, principalmente, el debate sobre la naturaleza de la Guerra Guasu, el punto neurálgico de las principales interpretaciones historiográficas.

Por parte de los gobiernos aliados, no se trató de una guerra justa. No significó, como sostuvo la propaganda aliada y repiten sus herederos actuales en la academia o la prensa corporativa, la expiación civilizatoria de un pueblo bárbaro, embrutecido por un tirano, por más que López, efectivamente, haya sido un dictador.

La esencia de la guerra tampoco consistió, como sostiene el ala izquierdista del revisionismo, en un enfrentamiento épico entre una potencia industrial y cultural naciente, con elementos «protosocialistas», contra el Imperio británico y sus fantoches, liderada por un mariscal progresista, americanista y antiimperialista, supuesto precursor de Fidel Castro, Salvador Allende o Hugo Chávez.

Está demostrado que, a pesar de la notable modernización y los avances técnicos introducidos en las comunicaciones y la esfera militar, ni Paraguay fue una potencia económica –ni siquiera con relación a sus vecinos–, ni López, representante de la oligarquía más poderosa de la historia nacional, tuvo un ápice de «antiimperialismo» –una interpretación, por cierto, escandalosamente anacrónica–. La adhesión al culto a la personalidad de los López, por parte de la casi totalidad de la izquierda paraguaya, no supone antiimperialismo alguno, sino la sustitución de la perspectiva de clase por un nacionalismo reaccionario y rancio.

Sostengo que las interpretaciones tradicionales, el liberalismo y el revisionismo, con sus ramificaciones, plantean premisas y conclusiones equivocadas sobre la naturaleza de esta guerra. Ante todo, suponen cosmovisiones burguesas de la historia, a medida de los intereses de una u otra facción de las clases dominantes.

Así, por una parte, la escuela (neo) liberal apoya a las burguesías vencedoras; por otra, el llamado revisionismo rinde pleitesía a la a burguesía del país derrotado. A tal punto que, en Paraguay, tanto la ultraderecha colorada como la izquierda reformista y «democrático-popular» se santiguan ante el altar del oligarca Solano López.

Si las principales interpretaciones proponen conclusiones falsas, ¿cuál fue, entonces, el carácter de la Guerra Grande? Para responder, debemos retomar la máxima de Clausewitz: partir del análisis del todo, de la política previa de los contendientes, es decir, de las pretensiones políticas que, como se sabe, siempre encierran intereses materiales.

Con esa perspectiva, se puede asegurar que la Triple Alianza impulsó una guerra reaccionaria, de conquista y exterminio de una nacionalidad pequeña, pobre y oprimida. Lo hechos son irrefutables. Paraguay perdió dos tercios de su población total, una hecatombe demográfica pocas veces vista en la historia mundial; quedó ocupado militarmente hasta 1879; soportó la imposición de una deuda inmoral con sus verdugos hasta 1942-43; perdió 40% de su territorio; y, hasta la fecha, quedó reducido a la condición de un Estado satélite no sólo de los imperialismos hegemónicos en los siglos XIX y XX, sino también de las dos burguesías regionales más poderosas. El Paraguay sufrió una derrota nacional de proporción histórica. Nada más alejado de la civilización y la libertad que prometieron las capitales aliadas.

Desembarco aliado en Paraguay, 1866. Cándido López.

Algunos autores liberales admiten las consecuencias catastróficas para el país derrotado. Sin embargo, no achacan ninguna responsabilidad a la política de la Triple Alianza. Sostienen que la debacle paraguaya se debió a la dinámica de la guerra –¿la «mano invisible» de la guerra? – y, de modo repulsivo, sugieren que el pueblo paraguayo es el culpable de su propia desgracia, dado que, animalizado y tiranizado, no supo rendirse ante los invasores.

Ese carácter de conquista y exterminio, sin embargo, no deriva, por lo menos no únicamente, de la dinámica imprevisible de toda guerra. No: es anterior. Fue plasmado en el propio Tratado de la Triple Alianza –en el inicio de las hostilidades–, que establecía de antemano el expolio y la división territorial del vencido, postrándolo definitivamente. La dinámica militar respondió a esa política general.  

Por otro lado, si analizamos la naturaleza de la guerra desde la posición del Paraguay, entendido como nación oprimida históricamente, la conclusión es opuesta: la resistencia popular a la invasión aliada, que no tardó en tomar la dimensión de una guerra total, supuso una causa justa y, por ende, una guerra justa. Y ese carácter no cambia debido a la naturaleza oligárquica y la conducción militar mediocre del régimen de López. La guerra justa, por parte de los paraguayos comunes, no tiene que ver con el individuo López, sino con la defensa del derecho a la autodeterminación y, a partir de cierto punto, de su propia existencia como nación. Esto es lo que la izquierda nacionalista no admite.

Prisioneros paraguayos en el inicio de la Guerra. Bate & Cia.

El enfoque marxista, en cambio, nunca omite que, si bien la defensa de la autodeterminación antes y durante las hostilidades fue un objetivo compartido por la oligarquía lopista y el pueblo desposeído, ambos enfrentaron ese peligro existencial sobre la base de intereses de clase opuestos. El defecto teórico-programático fundamental de la izquierda nacionalista reside en la negación de esta premisa, tan fundamental como la anterior.

En estos términos, está claro que la polémica política principal debe darse con la corriente liberal y con todos aquellos que, de una forma u otra, justifican o atenúan la esencia conquistadora de la Triple Alianza. La cuestión, desde el punto de vista marxista, es que la crítica a «la historia escrita por los vencedores» no puede entablarse adhiriendo a las tesis revisionistas, es decir, capitulando al culto a la personalidad de Solano López o de los caudillos federales argentinos, representantes de un sector de clase tan oligárquico como los liberales rioplatenses.

Entender el pasado para transformar el presente

El estudio del pasado no debe ser un fin en sí mismo. Debe servir para comprender y transformar el presente, dilucidar problemas teóricos e históricos para poder formular, con rigor, respuestas programáticas adecuadas a los flagelos de las clases explotadas y, cuando corresponde, de las naciones oprimidas.

Por lo tanto, la Guerra contra el Paraguay no pertenece a un pasado muerto, sin conexiones con la realidad de los siglos XX y XXI.

La victoria aliada, como planteamos, exacerbó una relación de explotación y opresión nacional preexistente. Tanto la burguesía brasileña como la argentina siempre consideraron al Paraguay como su patio trasero. Existen muchos hechos que ilustran esa actitud. En el caso de Brasil, sin ir más lejos, recordemos que, en 2022, el exministro de Bolsonaro, Paulo Guedes, declaró que Paraguay no pasaba de un Estado brasileño[2].

Los negocios de la clase dominante brasileña penetran en el Paraguay a través del comercio desigual[3]; de la proliferación de empresas que producen con nulos o muy bajos costos tributarios, de energía y mano de obra, amparándose en el régimen de maquila garantizado por los gobiernos paraguayos[4]; de la expansión desbocada del agronegocio, controlado por propietarios de origen brasileño, de modo tal que, actualmente, se estima que 14% de los títulos de propiedad de tierras pertenecen a los llamados brasiguayos[5]. En departamentos como Alto Paraná o Canindeyú, limítrofes con los estados de Mato Grosso do Sul y Paraná, la porción de territorio en manos de estos empresarios brasileños es escandalosa: 55% y 60%, respectivamente.

Por si fuera poco, el Tratado de Itaipú, el principal instrumento jurídico-económico de dominación brasileña sobre la pequeña república mediterránea, elimina cualquier atisbo de soberanía energética del socio más débil[6].

El estudio crítico de la historia, especialmente la de la Guerra, es un marco indispensable para entender problemas acuciantes, en el contexto de la dinámica de las relaciones de poder entre los Estados del Cono Sur. Es condición, también, para fundamentar rigurosamente temas más profundos, como la necesidad de reparaciones materiales al Paraguay.

En la nación derrotada, donde, naturalmente, esta guerra ocupa un lugar central en la educación y la identidad nacional, es imperioso deshacerse de cualquier enfoque nacionalista, de derecha o izquierda. La reivindicación de la defensa del derecho a la autodeterminación no debe confundirse con chauvinismo ni justificar animadversión hacia nuestros hermanos de clase extranjeros. La destrucción del Paraguay cupo a las elites de los países aliados, no a sus pueblos. 

Entre las clases trabajadoras de los países vencedores, un estudio de la guerra con enfoque clasista reforzaría una perspectiva internacionalista, contribuyendo al conocimiento del derrotero del Paraguay y, con ello, combatiendo muchos prejuicios chauvinistas. Pero, además, ayudaría a comprender mucho más ampliamente las particularidades históricas de sus formaciones socioeconómicas, el carácter de sus clases dominantes y las singularidades de los procesos de conformación de sus Estados nacionales y de génesis de sus ejércitos profesionales, los mismos que hoy reprimen las luchas obreras y sociales.

Por otra parte –y esto es muy importante–, un punto de vista de clase e internacionalista del problema en los países vencedores serviría sobremanera para combatir consciente y cotidianamente la visión xenófoba y racista que las clases dominantes –además de las clases medias «cultas»– estimulan sobre el Paraguay y «lo paraguayo». No faltan estereotipos y expresiones peyorativas: el «paraguas», el «guarango», el «boliguayo», en Argentina; el «muambeiro», el «cavalo paraguaio», el «caboclo», y la idea sumamente arraigada de que paraguayo es sinónimo de falso y de mala calidad, en Brasil.

La efeméride debe incitar, entre otras cuestiones pendientes, la reflexión sobre hasta qué punto esa xenofobia no posee raíces en la intensa propaganda liberal, mitrista y monarquista, de que el Paraguay poseía un pueblo bárbaro, atrasado, racialmente inferior, que debía ser civilizado…

Si el estudio de la Guerra, con el enfoque que proponemos, es fundamental para la educación política de las clases explotadas de todos los países que participaron de ella, puede decirse que es crucial para todas y todos aquellos que, políticamente, pretenden superar la explotación y la opresión del capitalismo, porque, como enseña el marxismo: «el pueblo que oprime a otro no puede ser libre».

Publicado originalmente en el Suplemento Cultural de ABC Color


[1] Según la cita de Luiz Octávio de Lima que recoge el sitio bolsonarista «Brasil paralelo»: https://www.brasilparalelo.com.br/artigos/solano-lopez-biografia  

[2] Consultar: https://oglobo.globo.com/economia/guedes-paraguai-virou-estado-brasileiro-mais-rico-1-25438450

[3] Brasil es el principal socio comercial del Paraguay, representando, en 2022, 28,5% del total de transacciones. Le siguen China (18,3%), Argentina (12,8%), Estados Unidos (6,9%) y Chile (4,8%).

[4] Aproximadamente 72% de las empresas maquiladoras en el Paraguay son brasileñas. Consultar: https://www.lanacion.com.py/negocios/2023/03/06/restablecimiento-de-condiciones-favorables-con-brasil-impulsaron-exportaciones-de-maquila/https://www.idesf.org.br/2022/05/12/exportacoes-registradas-pelas-industrias-maquiladoras-tem-recorde-historico-no-mes-de-abril/

[5] Consultar: https://deolhonosruralistas.com.br/deolhonoparaguai/2017/11/06/proprietarios-brasileiros-tem-14-das-terras-paraguaias/

[6] Entre 1984 –año de entrada en operación de Itaipu– y 2022, el Brasil se quedó con 91% de la energía total producida por la empresa. Consultar: https://www.abc.com.py/edicion-impresa/suplementos/cultural/2023/10/22/una-perspectiva-internacionalista-en-la-cuestion-de-itaipu-y-ii/