El árbol que tapa el bosque: una respuesta a Mário Maestri
07/03/2024El descubrimiento de los yacimientos de oro y plata de América, el exterminio, la esclavización y el sepultamiento en las minas de la población aborigen, el comienzo de la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la conversión del continente africano en cazadero de esclavos negros: tales son los hechos que señalan los albores de la era de producción capitalista. Estos procesos idílicos representan otros tantos factores fundamentales en el movimiento de la acumulación originaria.
Karl Marx, El Capital, 1867.
Por Ronald León Núñez[1]
Pese a todos los intentos de sentenciar su obsolescencia, el estudio y el debate sobre la naturaleza y la dinámica de la colonización europea y de las formaciones sociales originadas por ella en las Américas conservan su importancia decisiva para los marxistas.
No es para menos. De sus conclusiones emanan no sólo premisas científicas sino, ante todo, consecuencias programáticas que orientan la acción política contemporánea. La fecundidad de esta polémica se debe a que, como pocas, presupone la comprensión de una totalidad contradictoria que expresa la inescindible unidad del pasado y el presente, de la concepción materialista de la historia y la política.
Esto la convierte tanto en un punto de partida ineludible de las aproximaciones teóricas a los orígenes del capitalismo en Iberoamérica, a las tendencias históricas que moldearon estructuralmente nuestras sociedades, como en el cimiento de la definición del carácter de la presente revolución: su estrategia y el papel de las clases en ese proceso.
Mário Maestri, un académico brasileño que asegura haber “finalizado”, con “perspectiva marxista”, un “vasto proyecto de investigación sobre la Guerra de la Triple Alianza”, escribió una crítica al primer capítulo de mi último libro[1], dedicado justamente al problema de la colonización europea de las Américas. El artículo de Maestri, más allá de su contenido, indica la vitalidad de la controversia.
La crítica, en términos generales, es una herramienta indispensable para el avance del conocimiento científico. Sin embargo, para que ejerza esa función debe descansar en argumentos sólidos y coherentes no sólo con la lógica del crítico sino también con la realidad en tela de juicio, el contenido y el método criticados.
No es el caso del artículo de Maestri, un texto escolástico, cargado de artimañas retóricas y provocaciones pueriles. Pero esta no es su principal deficiencia. El problema central radica en el método que emplea mi crítico. Maestri recurre a la falsificación de las posiciones ajenas, retorciéndolas para mejor ajustarlas a los moldes de sus impugnaciones.
A pesar de ello, dada la importancia de la cuestión, asumo el debate. No con la pretensión de “finalizar” la controversia, sino con el objetivo –después de despejar el terreno de los trucos confusionistas de Maestri– de clarificar todavía más el análisis, el método y las conclusiones teórico-políticas que componen, hasta ahora, mi aproximación a un problema extremadamente intrincado, en cuya comprensión no es posible avanzar mediante competencias de rótulos ni con “palabras mágicas”. Así, tal como en los “apuntes” que expongo en el libro[2], lo encararé sin esperar la tabla de salvación de una “categoría” incuestionable, sino esforzándome para entender el contenido contradictorio de la totalidad del proceso y sus tendencias principales.
Tres posiciones basilares
Puede decirse que el debate marxista sobre el carácter de la colonización ibérica originó tres interpretaciones centrales, de las que derivaron profundas diferencias programáticas, principalmente alrededor de si el objetivo de la revolución latinoamericana debía ser democrático-burgués o socialista.
Imposibilitado de explayarme sobre cada una ellas, me limitaré a esquematizar su contenido.
El estalinismo, de acuerdo con la visión unilineal de “los cinco estadios” (comunismo primitivo, esclavismo, feudalismo, capitalismo, socialismo), que supone una sucesión obligatoria de modos de producción aplicada de manera arbitraria a la historia de todos los pueblos, defendía un supuesto “pasado feudal” de América Latina. Esa tesis, en realidad, estaba al servicio de justificar históricamente el programa etapista que Moscú promovía en los países coloniales o semicoloniales: primero la revolución democrático-burguesa “antifeudal”, concebida como una etapa inevitable en la que el proletariado debería subordinarse a la burguesía “progresista” en aras de abrir las compuertas al capitalismo y, con ello, fortalecer el peso social del proletariado industrial; únicamente “después” de superada esa etapa burguesa podía ser planteado el programa socialista. Esta teoría-programa, con notable influencia hasta hoy en medios de izquierda, se concretó en la colaboración permanente con supuestos sectores “democráticos, patrióticos y antiimperialistas” de las burguesías nacionales, por medio de incontables “frentes populares”, presentados como opciones progresistas ante las facciones “más reaccionarias” de los capitalistas locales y el imperialismo.
André Gunder Frank y otros teóricos dependentistas respondieron a la tesis feudal y sus consecuencias prácticas con una posición igualmente unilateral y equivocada: Iberoamérica habría sido “capitalista” desde el siglo XVI[3]. Ese análisis ciertamente ignoraba el problema de las relaciones de producción y deformaba el concepto de capitalismo, ligándolo a una mayor o menor relación con el mercado, es decir, con el proceso de circulación de mercaderías. El error básico consistía en confundir economía mercantil con modo de producción capitalista. En oposición al programa de conciliación de clases del estalinismo, Frank proponía un programa “puramente” socialista, menospreciando las muchas tareas democráticas pendientes en las sociedades latinoamericanas.
Como sabemos, el nudo del debate residía en establecer el contenido de la colonización, un problema complejo –ante todo, por tratarse de un período histórico de transición a escala global, en el que lo arcaico no terminaba de morir y lo nuevo no terminaba de emerger e imponerse– y plagado de peligros metodológicos, principalmente el de la unilateralidad. Eso explica las muchas interpretaciones que, o bien universalizan elementos particulares del fenómeno, o bien incurren en el error opuesto: negar u omitir las particularidades en una pretendida totalidad monocromática.
En ese “campo minado” surgió una tercera posición en el debate. Nahuel Moreno[4] escribió en 1948 el texto Cuatro tesis sobre la colonización española y portuguesa en América[5], en el que propone un todo contradictorio: “la colonización tiene objetivos capitalistas, obtener ganancias, pero se combina con relaciones de producción no capitalistas”[6]. Formulado de otra manera: esa empresa europea, a pesar de apelar a una combinación desigual de distintas relaciones de producción, con predominio de las precapitalistas, poseía un sentido histórico dictado por las tendencias generales de la acumulación originaria de capital en Europa[7].
La posición de Moreno
Desarrollemos la posición del trotskista argentino a partir de su tesis principal:
La colonización española, portuguesa, inglesa, francesa y holandesa en América, fue esencialmente capitalista. Sus objetivos fueron capitalistas y no feudales: organizar la producción y los descubrimientos para efectuar ganancias prodigiosas y para colocar mercancías en el mercado mundial. No inauguraron un sistema de producción capitalista porque no había en América un ejército de trabajadores libres en el mercado. Es así como los colonizadores, para poder explotar en forma capitalista a América, se ven obligados a recurrir a relaciones de producción no capitalistas: la esclavitud o una semiesclavitud de los indígenas. Producción y descubrimiento por objetivos capitalistas; relaciones esclavas o semiesclavas; formas y terminologías feudales (al igual que el capitalismo mediterráneo), son los tres pilares en que se asentó la colonización de América[8].
Esta tesis encierra el contenido de su interpretación. A pesar de ciertas imprecisiones, que tanto incomodan a Maestri y que, como veremos, el propio Moreno reconocerá más tarde a la luz de las formulaciones del intelectual trotskista George Novack, notemos que el primer acierto de Moreno es, por encima de todo, metodológico. No perdió de vista que la totalidad condiciona las partes y no al revés y, consecuentemente, propondrá que, desde el surgimiento del mercado mundial en el siglo XVI, “no hay ningún país del mundo –menos aun los países europeos y americanos– cuya historia pueda interpretarse de otra manera que no sea refiriéndola minuto a minuto, segundo a segundo, a la historia del conjunto de la humanidad”. Así, el estudio de la historia de un determinado país o región deberá siempre considerar sus peculiaridades, pero siempre entendiéndolas “como parte de ese todo que es la economía y la política mundial[es]”[9].
Opino que ese enfoque divide aguas. Escolásticos como el señor Maestri, como debatiremos, no comprenden esta lógica y, reñidos con el marxismo, terminan “poniendo la carreta delante de los bueyes” al intentar explicar la totalidad de un problema por medio de una suma de sus partes.
Maestri falsifica la posición de Moreno
De cualquier manera, la crítica de opciones metodológicas y conclusiones siempre formó parte del debate teórico saludable. La materia es enmarañada y es normal que suscite muchas interpretaciones. Otra cosa, como planteé al comienzo, son las maniobras de Maestri.
El profesor gaúcho atribuye a Moreno y, por añadidura, a mi trabajo, el tosco análisis de Frank y el dependentismo, que asegura que en las Américas existió “capitalismo desde siempre”.
Según Maestri, aunque con “formas más o menos refinadas”, Moreno “generalizó y radicalizó esa tesis para las épocas y para las tres Américas”. Con ello, habría abandonado el método marxista, que parte “…del desarrollo de las fuerzas productivas materiales y, sobre todo, de sus relaciones sociales de producción dominantes”.
Eso es falso, señor Maestri. En primer lugar, Moreno no propuso que el carácter de la colonización haya sido “capitalista” sino “esencialmente” capitalista. Puede parecer una diferencia sutil, pero esa precisión es importante, puesto que indica contenido y movimiento. La idea central consiste en que la dinámica del colonialismo ibérico, más allá de las formas arcaicas presentes en la estructura y superestructura de los espacios colonizados, estuvo intrínsecamente ligada a la expansión del mercado mundial dominado por el capital comercial que, a la postre, crearía las condiciones para la hegemonía del modo de producción capitalista. En ese contexto histórico, serán las necesidades de ese “mercado internacional en expansión” –al cual Maestri se refiere varias veces sin atribuirle contenido histórico, como si fuese una entelequia– la totalidad que condicionará los elementos constitutivos de nuestras sociedades.
¿Es admisible, sin retorcer lo que está escrito, la interpretación de “carácter esencialmente capitalista” como “capitalista desde siempre”, como propone Maestri? No, dado que no existe omisión o ambigüedad sobre esa cuestión en las tesis que el comentarista brasileño critica. No fuerce las cosas, señor Maestri. Basta leer el texto para entender que Moreno nunca definió como “capitalistas” las relaciones de producción coloniales. Plantea inequívocamente que los colonizadores “no inauguraron un sistema de producción capitalista” dado que, ante la inexistencia de un mercado de fuerza de trabajo “libre”, fueron “obligados a recurrir a relaciones de producción no capitalistas”. Es nítido. En tal caso, ¿en qué se basa Maestri para sostener que Moreno ignoró la particularidad de las formaciones sociales de la Colonia, despreciando así el predominio de las fuerzas productivas y las relaciones de producción, propio del análisis marxista?
Todo lo contrario. Lo que hicieron Moreno y otros marxistas fue esforzarse por comprender y establecer el objetivo de esa producción en sentido histórico y a escala global.
Esa lectura parte de que las colonias americanas nunca fueron unidades económicas naturales, de estricta subsistencia. Desde su llegada, el conquistador europeo buscó organizarlas como productoras de valores de cambio en gran escala, orientadas a un voraz mercado mundial, o, como mínimo, regional. Ese fue el motor de la colonización. La producción para el mercado interno y otros fenómenos endógenossurgirán, como propone Caio Prado Jr., subordinados a la dinámica del comercio exterior, pautada por la demanda del mercado europeo y la fluctuación de los precios internacionales de los productos tropicales[10].
Pese a la contradicción que implicaron las relaciones sociales no capitalistas, el “mercado internacional en expansión”, aunque nuestro crítico abstraiga ese elemento de sus conclusiones, supuso a su vez una pieza fundamental del amplio proceso de acumulación originaria, “una acumulación –de acuerdo con Marx– que no es fruto del régimen capitalista de producción sino punto de partida de él”[11], dado que, como sabemos, actuó como disolvente de las rémoras de feudalismo en Europa y de toda suerte de relaciones sociales arcaicas en el mundo. En el caso americano, en definitiva, el hecho decisivo para determinar el sentido esencialmente capitalista de la colonización europea será la relación colonial, indisociable de ese proceso de génesis del capitalismo, no tal o cual modo de producción nativo.
Por lo tanto, la discusión no estriba en si existieron o no particularidades o si las formaciones sociales que surgieron en las Américas fueron o no “originales”. Por supuesto que lo fueron. Nadie ha cuestionado la “primacía” de la producción en el análisis o el hecho de que el trabajo jurídicamente “libre” haya sido marginal, probablemente, hasta entrado el siglo XX. Esa es una de las trampas que tiende Maestri.
El fondo de la cuestión está en comprender cuál era el objetivo de la producción colonial –para qué se organizaba– y sacar todas las conclusiones; si las encomiendas o la esclavitud de indígenas o africanos, entre otras formas no capitalistas de explotación del trabajo, se subordinaban, o no, al proceso de acumulación originaria de capital controlado por las metrópolis.
En ese marco, el capital comercial penetrará en los poros de las sociedades coloniales y, a través de los plantadores esclavistas, encomenderos, comerciantes, etc. –que eran esencialmente capitalistas y en muchos casos no solo participaban del proceso de circulación de mercancías sino que también invertían en una producción regida por la demanda del mercado mundial–, dominará a los productores directos –indígenas, mestizos, negros esclavizados–, de los cuales extraerá excedente social valiéndose, ante todo, de la coerción extraeconómica, esto es, apelando a la violencia sin tapujos.
Maestri no identifica esta imbricación dialéctica. Así como Ciro Cardoso, Gorender y otros “modoproductivistas”, más allá de sus intenciones políticas, fija su mirada en un árbol, ciertamente frondoso, y pierde de vista el bosque.
Maestri escribe: “Es un disparate proponer una colonización capitalista de América, desde el siglo XVI, sin producción capitalista, sin burguesía industrial, sin trabajadores asalariados, sin mercado de trabajo libre, con bajísimo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas materiales”.
Sí, eso es un disparate, porque, efectivamente, el capitalismo presupone un mercado de trabajo “libre”, a partir de la expropiación total de los medios de producción a la clase trabajadora y la transformación de la propia fuerza de trabajo en mercancía. Moreno cometió errores, pero no ese. Él nunca propuso tal cosa. Aunque también es verdadero, por más que contradiga los esquemas de nuestro crítico, que el capitalismo no surgió de la noche a la mañana, con la aparición súbita del primer obrero industrial. Se impuso tras un largo proceso, desigual y combinado, cuyos principales impulsos fueron la producción orientada al mercado mundial y el colonialismo. Eso implica que es necesario un esfuerzo teórico para identificar la esencia, el contenido fundamental y la dinámica de ese período de transición.
Mientras Gorender y sus discípulos creen haber solucionado ese problema, en el caso brasileño, con el rótulo del “esclavismo colonial”, cabe repasar brevemente cómo lo abordaron Marx y Engels.
Marx y Engels contra Maestri
La llamada acumulación originaria de capital no supuso solamente la expropiación violenta, con métodos sanguinarios, de los productores directos. El mercado mundial capitalista y la explotación colonial, como consta en el Manifiesto, no sólo fueron parte importante de ese proceso, sino que constituyeron “el elemento revolucionario que se escondía en el seno de la sociedad feudal en descomposición”[12], abriendo paso –asumiendo la forma de “cruzada de exterminio, esclavización y sepultamiento en las minas de la población aborigen”[13]– a la hegemonía del modo de producción capitalista en Europa.
La manufactura y en general el movimiento de la producción recibieron un enorme impulso gracias a la expansión del comercio, ocasionada por el descubrimiento de América y de la ruta marítima hacia las Indias Orientales […] la colonización y ante todo la expansión de los mercados hacia el mercado mundial, ahora posible y en vías de realización día tras día, inauguraron una nueva fase del desarrollo histórico […][14].
En 1848 desarrollarán esa idea:
El mercado mundial imprimió un gigantesco impulso al comercio, a la navegación, a las comunicaciones por tierra. A su vez, estos progresos redundaron considerablemente en provecho de la industria, y en la misma proporción en que se dilataban la industria, el comercio, la navegación, los ferrocarriles, se desarrollaba la burguesía, crecían sus capitales, iba desplazando y esfumando a todas las clases heredadas de la Edad Media[15].
Engels, por su parte, fue categórico al definir la finalidad burguesa de la colonización europea en América. Sostuvo que la época del “(…) joven a quien atraían las riquezas de las Indias, las minas de oro y plata de México y del Potosí (…) fue “la época de la caballería andante de la burguesía [pero] sobre una base burguesa y con fines en último término burgueses”[16].
[…] El afán de salir hacia lo lejos en busca de aventuras para buscar oro, por más que en sus principios se realizara bajo formas feudales y semifeudales, en sustancia era ya incompatible con el feudalismo, que se fundaba en la agricultura y cuyas expediciones de conquista apuntaban esencialmente a la adquisición de tierras. Fuera de ello, la navegación era un quehacer decididamente burgués, que ha impreso su carácter antifeudal también a todas las flotas de guerra modernas[17].
Es nítido cómo el marxismo aborda la cuestión en su totalidad y en movimiento, sin perderse en los laberintos de las “formas”. Los fundadores del socialismo científico, como puede leerse, definieron una primera y determinante ubicación del problema: el descubrimiento y colonización de América fueron partes fundamentales de la acumulación originaria de capital y cumplieron un papel disolvente, no estimulante, del feudalismo en Europa. Por otra parte, plantean que, aunque la explotación colonial se realizara “en sus principios” bajo “formas feudales”, su contenido “era ya incompatible con el feudalismo”. Esto evidencia que la atención principal de Marx y Engels estaba en el movimiento de la cosa y sus mutaciones –“era ya incompatible con…” –, no en las formas. La conquista y explotación coloniales, en suma, fueron empresas con “fines en último término burgueses”. Esta es, convengamos, básicamente la misma premisa que propondrá Moreno: colonización europea “esencialmente capitalista”, a pesar de las “relaciones de producción no capitalistas”. Es patente que, de acuerdo con la teoría marxista, la crítica de Maestri no tiene fundamento. Evidentemente, tiene derecho a discordar con Moreno – y con Marx y Engels–, pero eso no le autoriza a distorsionar sus posiciones.
El abordaje dialéctico de este problema por parte de Marx queda claro en otro pasaje, en el que se refiere a las colonias que producían a larga escala para el mercado mundial.
En la segunda clase de colonias –las plantaciones, que fueron, desde el momento mismo de crearse, especulaciones comerciales, centros de producción para el mercado mundial– existe un régimen de producción capitalista, aunque solo de un modo formal, puesto que la esclavitud de los negros excluye el libre trabajo asalariado, que es la base sobre la que descansa la producción capitalista. Son, sin embargo, capitalistas los que manejan el negocio de la trata de esclavos. El sistema de producción introducido por ellos no proviene de la esclavitud, sino que se injerta en ella. En este caso, el capitalista y el terrateniente son una sola persona[18].
Si bien, correctamente, Marx define esclavitud y trabajo asalariado como cosas diferentes, es claro que no concibe la esclavitud moderna como algo en sí mismo, sino como parte anómala de un movimiento general de transición al capitalismo. A partir de esta lógica categoriza al tratante de esclavos como “capitalista” y asegura que el sistema de producción introducido por esos capitalistas no es “esclavista” sino que el esclavismo se “injerta” en un todo más amplio. Por eso, sentencia: “el capitalista y el terrateniente son una sola persona”.
Que la relación mercado mundial-modos de producción, aunque contradictoria, estaba comandada por un proceso con “fines en último término burgueses” o “esencialmente capitalista”, como se prefiera, queda incluso más claro en este corto pasaje escrito por Marx en 1858: “(…) el que a los dueños de las plantaciones en América no solo los llamemos ahora capitalistas, sino que lo sean, se basa en el hecho de que ellos existen como una anomalía dentro de un mercado mundial basado en el trabajo libre”[19].
Notemos que para definir las plantaciones esclavistas el criterio decisivo era su inserción en el mercado mundial, no la “forma” como se producía en ellas. Esto último era importante, pero no determinante. De ahí que Marx denomine capitalistas a los plantadores, aunque produjeran por medio del trabajo esclavo y no del trabajo “libre” asalariado.
Atrapado en su propio esquema, Maestri acusa a esa visión de “teleológica”. Dice: “La producción esclavista americana no fue posibilitada por la producción capitalista, ni se organizó para sostenerla, como proponen visiones con claro sentido teleológico”. En otra parte, plantea: “sin el comercio universal, no existiría la ‘gran industria’. ¡Lo que no quiere decir que aquel se haya construido para sostener a la gran industria!”. Mire, Maestri, nadie aquí tiene una máquina del tiempo que le permita escribir desde el siglo XVI y nadie plantea que haya existido una especie de designio divino por el que estaba escrito que del proceso de expansión comercial y colonial derivaría la hegemonía de la producción capitalista y la gran industria. Evidentemente, en medio de ese proceso, tal cosa era sólo una alternativa histórica. Lo que estamos diciendo es que, en pleno siglo XXI, tenemos plenas condiciones para hacer un análisis de lo que finalmente ocurrió. No se trata de teleología, señor Maestri, sino de un balance histórico que incluso Marx y Engels, a mediados del siglo XIX, juzgaron posible y necesario. La conclusión básica fue que, en el contexto del largo, contradictorio y desigual proceso de acumulación originaria de capital, “el comercio universal” y “la producción esclavista americana”, entre otras formas de explotación precapitalistas, fueron prerrequisitos indispensables, fueron “punto de partida” para la posterior imposición de la “producción capitalista y la gran industria”. No es “teleología capitalista”, Maestri, ¡es balance histórico apoyado en hechos!
Así y todo, obsesionado con la particularidad de cada colonia, Maestri repite: “Es la ‘estructura interna de las economías coloniales’ que precede al dominio del capitalismo (…)”. Sí, eso es obvio. Pero la estructura interna de las colonias no precede al capital comercial ni al mercado mundial, cuyo carácter y dinámica condicionaron la constitución de nuestras formaciones sociales, ¿o acaso el esclavismo en las Américas surgió de la nada o brotó de los árboles, desligado del proceso general de surgimiento de la economía mundial?
Opino que es Maestri el que debe prestar atención al orden de los factores en el análisis histórico. De acuerdo con el marxismo, la génesis del proceso que discutimos no está en las “estructuras internas coloniales” sino, como citamos, en “la expansión del comercio, ocasionada por el descubrimiento de América y de la ruta marítima hacia las Indias Orientales (…dado que) la colonización y ante todo la expansión de los mercados hacia el mercado mundial (…) inauguraron una nueva fase del desarrollo histórico […]”. Fue esa “nueva fase” la que impulsó de manera colosal “la manufactura y en general el movimiento de la producción”[20]. El marxismo es claro. Fue el mercado mundial el que revolucionó el comercio, la navegación, las comunicaciones terrestres, progresos que, a la larga, “(…) redundaron considerablemente en provecho de la industria” y “en el desarrollo de la burguesía”[21].
El meollo de la cuestión es que, durante un largo período, hasta el triunfo definitivo del capitalismo y la gran industria, el capital comercial explotó, sin miramientos, todo tipo de relaciones sociales no capitalistas, entre ellas la esclavitud africana. Maestri no entiende ese movimiento contradictorio, pero con sentido “decididamente burgués”. Refiriéndose a las características del capitalismo y la importancia de las relaciones sociales de producción en el análisis, nuestro crítico escribe que: “para el método marxista de interpretación, no importa lo que se hace, sino cómo se hace”[22]. Fíjese, señor Maestri, en términos históricos, la lógica del capital nunca expresó mucha preocupación con el “cómo” y utilizó a su favor, sin misericordia, todas las formas posibles de explotación, arcaicas o no, para producir en gran escala y extraer excedente social de los explotados. En ningún lugar existió ni existirán formaciones sociales “puras”. La unidad contradictoria entre lo caduco y lo nuevo es permanente. Entre otras cosas, eso explica por qué, en pleno siglo XXI y bajo indiscutible dominio del capitalismo-imperialista, en el mundo existen más esclavizados que en cualquier otra época de la historia[23]. Los hechos no se condicen con la idea de un capitalismo cuidadoso con el “cómo” y las “formas”, como sugiere el esquema de Maestri.
Moreno y Frank: dos programas diferentes
Esperamos haber mostrado que el intento de asociación de nuestra posición con la visión y la posición de Gunder Frank y el dependentismo es pueril. Maestri omite, convenientemente, que el propio Moreno no titubeó en criticar a Frank y su corriente diciendo que su esquema, aunque opuesto a la tesis estalinista, era políticamente “tan peligroso como el anterior [la tesis feudal]”[24].
George Novack, intelectual del SWP de EEUU, organización que entonces tenía estrecha relación con la corriente morenista, emprendió la misma crítica: “España y Portugal crearon en el Nuevo Mundo formas económicas que tenían un carácter combinado. Unían las relaciones precapitalistas a las relaciones de intercambio, subordinándolas por lo tanto a las exigencias y a los movimientos del capital mercantil”[25].
Moreno reivindicó esta formulación, reconociéndole incluso más precisión que a la suya, dato que Maestri simplemente “olvida”: “a los ‘objetivos capitalistas’ de mi análisis –escribió Moreno– les pone un nombre más preciso, capital mercantil, pero insiste en lo mismo que en mi tesis, el carácter no capitalista de las relaciones de producción”[26].
Sin embargo, desde una perspectiva marxista y no comentarista o contemplativa, la diferencia insalvable entre Moreno y Frank siempre estuvo en el programa desprendido de una u otra visión del pasado colonial americano. Frank, a raíz de su tesis de una América “capitalista desde siempre”, estableció un programa “puramente” socialista, omitiendo o menospreciando las tareas democráticas. Moreno oponía al esquematismo de Frank el programa de la revolución permanente, conclusión decisiva de su estudio sobre la colonización europea:
Las tesis de la revolución permanente no son las tesis de la mera revolución socialista, sino de la combinación de las dos revoluciones, democrático burguesa y socialista. La necesidad de esa combinación surge inexorablemente de las estructuras económico-sociales de nuestros países atrasados, que combinan distintos segmentos, formas, relaciones de producción y de clase. Si la colonización fue desde un principio capitalista no cabe más que la revolución socialista en Latinoamérica y no una combinación y supeditación de la revolución democrático-burguesa a la revolución socialista[27].
Esta diferencia, la más importante de todas, también es omitida por Maestri.
Espero haber demostrado que Moreno, sin negar la particularidad de las formaciones sociales surgidas de la conquista europea, puso de manifiesto la existencia de una combinación desigual de relaciones de producción, aunque con predominio de las precapitalistas, y, en el mismo acto, propuso que esas estructuras estuvieron, contradictoriamente, al servicio del largo y desigual proceso de conformación del capitalismo a escala mundial, el elemento totalizador que condicionaba “en última instancia” el contenido de las particularidades regionales.
Así, lo que Maestri tilda de “hibridismo” y de supuesta contradictio in terminis, al fin y al cabo, revela una incomprensión de la lógica dialéctica, que concibe la realidad en perpetuo movimiento, en la que cada fenómeno, intrínsecamente contradictorio, encierra en sí mismo su propia negación –por eso fue posible que relaciones sociales no capitalistas sirvieran de motor para la posterior hegemonía de relaciones capitalistas– y se encuentra atravesado por una lucha permanente entre lo nuevo y lo viejo, lo naciente y lo caduco, hasta su transformación en algo distinto por medio de saltos cualitativos.
Desde ese punto de vista, como propongo en mi libro, la disyuntiva, planteada en sentido extremo y puro, entre colonización “feudal” (liberalismo y estalinismo) o directamente “capitalista” (Frank y otros) es falsa y, por lo tanto, tramposa.
Admitiendo que se trata de un debate abierto y permanente, considero que el mejor abordaje consiste en aproximarse al contenido esencial y al movimiento dialéctico de ese proceso histórico, sin pretender encapsularlo en una etiqueta. Las definiciones son siempre un “mal necesario”. Si bien son indispensables para sistematizar el estudio de un objeto, al mismo tiempo expresan la parte más pobre del análisis, puesto que necesariamente comprimen y “congelan” en una o dos palabras incontables elementos de la realidad, conceptos y discusiones que poseen riqueza propia. Existen intelectuales que, enamorados de una categoría “todoterreno”, tropiezan y transforman la herramienta en un fin en sí misma. Maestri es uno de ellos.
Moreno intentó aproximarse al contenido antes que reclamar la “paternidad” de un “nuevo” concepto. La síntesis que propuso da cuenta tanto del carácter contradictorio de las relaciones de producción en la América colonial como de su nexo y papel en la economía mundial naciente. Su lógica, repito, está basada esencialmente en la de Marx y Engels.
¡Pobre Copérnico!
Mário Maestri se escandaliza con mi crítica del concepto de “modo de producción esclavista colonial” desarrollado por Jacob Gorender en 1978[28], aunque propuesto anteriormente por Ciro Cardoso.
Plantea que Gorender habría resuelto el problema de la definición de las relaciones sociales de producción originadas en el Brasil colonial y, con ello, “superado” el tradicional “impase feudalismo-capitalismo” que hace décadas divide el marxismo latinoamericano. Su admiración por Gorender lo lleva a afirmar, sin mucha cautela, que la “interpretación estructural de la formación social brasileña” del exdirigente del Partido Comunista Brasileiro (PCB) representó, atención, nada menos que una “revolución copernicana en las ciencias sociales brasileñas”[29].
El historiador británico E. H. Carr hizo una recomendación metodológica que considero sumamente necesaria: “Estudie el historiador (…) Cuando lees un trabajo de historia, busque saber lo que pasa por la cabeza del historiador”[30]. Con eso en mente, indaguemos quién será aquel genio incomprendido al que Maestri atribuye semejante hazaña intelectual.
El proprio Maestri responde:
Militante comunista desde su juventud, Jacob Gorender rompió con el PCB y participó de la fundación del PCBR en 1968. Pensador erudito y profundo conocedor del marxismo, insatisfecho con los análisis del pasado brasileño y en ruptura con el reformismo-estalinismo del cual había participado sin una real crítica político-metodológica, emprendió una investigación estructural de la formación social brasileña, a partir de la segunda mitad de los años 1960.
Es lamentable que alguien que en algún momento militó en las filas del trotskismo se refiera de manera tan elogiosa y considere “comunista” y “profundo conocedor del marxismo” a un dirigente histórico del estalinismo, que, entre otras funciones, fue profesor de los “Cursos Stalin” del PCB en la década de 1950, un programa de deformación política que, en palabras del mismo Gorender, “consistía en transmitir un canon doctrinario uniformado, que venía de Moscú y del Cominform”, admitiendo que “(…) para nosotros, en aquella época, era la última palabra del mayor genio de la humanidad. Se trataba de fortalecer, en los militantes, la fidelidad a la madre patria socialista, cuya defensa constituía un principio incondicional, incompatible con mi crítica”[31]. Maestri revela que no aprendió algo básico en sus años en el trotskismo: marxismo y estalinismo son opuestos.
En los noventa, Gorender terminaría afiliándose al PT brasileño. El doble proceso de restauración capitalista por parte de la burocracia soviética y posterior derrocamiento, a manos del proletariado y de las masas de la ex URSS y del Este europeo, del aparato mundial del estalinismo entre 1989-1991[32], dejó a nuestro “profundo conocedor del marxismo” en tal estado de orfandad y escepticismo que terminó rompiendo abiertamente con el socialismo científico.
En su último trabajo importante, “Marxismo sin utopía”, publicado en 1999, Gorender se propuso “examinar la esencia de la obra de Marx y Engels” con el objetivo de desentrañar el “carácter utópico de toda la construcción marxista o, por lo menos, de aspectos de ella”[33] y, a partir de ahí, revisar sus postulados fundamentales. En efecto, la base del “fracaso de las construcciones sociales inspiradas en el marxismo”[34] en el siglo XX descansaría, según el autor bahiano, en supuestos elementos utópicos y teleológicos del proyecto marxista, que habría idealizado, en especial, la naturaleza del sujeto social capaz de superar el capitalismo. “La influencia de la propensión utópica en Marx y Engels puede ser constatada en su abordaje del proletariado”[35], sentenció Gorender, puesto que la realidad habría demostrado ser una clase “ontológicamente reformista”[36] y, por ello, incapaz de liderar la lucha por el socialismo. En su lugar, propuso un nuevo “sujeto revolucionario”, nada menos que la “clase de los asalariados intelectuales”. Lejos de romper con el “reformismo-estalinismo del cual había participado…”, como propone Maestri, Gorender renegó definitivamente del marxismo.
En otro texto, Maestri reconoce tanto la “rendición tardía” de Gorender como que su ruptura con “…algunas estructuras del credo estalinista –revolución [sic] en un solo país…” fue “parcial”. Así y todo, no duda en considerarlo “el más creativo marxista revolucionario brasileño”[37]. Esta enorme confusión teórico-política demuestra, como mínimo, el eclecticismo de Maestri, que una vez más demuestra no haber comprendido a fondo el carácter absoluta e irreversiblemente contrarrevolucionario del estalinismo.
Con todo, aunque distante de la supuesta revolución en el pensamiento social que propone Maestri, no tengo dudas de que O escravismo colonial es un aporte profundo y coherente que no puede ser ignorado en el debate. Por ese motivo dedico “algunas pocas páginas” de mi libro para criticarlo, algo que molesta a Maestri, que además gusta de exigir a sus críticos la bibliografía exacta con la que deben cuestionarlo. Mi intención, sin embargo, nunca fue emprender una especie de “anti-Gorender” o algo parecido, sino cuestionar su lógica y sus tesis esenciales.
Maestri, básicamente, me acusa de despreciar el estudio de los modos de producción coloniales, que supuestamente disuelvo en una simplificación circulacionista. Contra el método que me atribuye, reivindica el método y el concepto defendidos por Gorender:
En O escravismo colonial, Jacob Gorender explica que, en el Brasil, en las islas del Caribe, etc., la confrontación entre dos formaciones sociales diversas, la feudal-mercantilista ibérica, dominante, con la autóctona, dominada, no produjo una transposición de la primera o una simple amalgama entre las dos. Pero sí, por el contrario, dio lugar a una realidad singular: un modo de producción con características “nuevas”, “antes desconocidas en la historia humana”. De ahí la propuesta de un “modo de producción históricamente nuevo”.
Evitemos falsas polémicas. Nunca cuestioné el carácter original ni menosprecié las particularidades de las formaciones económico-sociales de la América colonial, incomprensibles con la lógica mecanicista y eurocentrista de los “cinco estadios” propuesta por el estalinismo. Si Maestri hubiese leído con atención –o con buena fe– el primer capítulo de mi libro se hubiese topado con esta afirmación categórica:
Es la relación colonial –y el grado de desarrollo de las fuerzas productivas de la metrópoli, que en el caso de la Península Ibérica estaba en transición entre el feudalismo decadente y un capitalismo que no conseguía imponerse definitivamente–, la que se impondrá sobre un espacio particular –con determinadas condiciones climáticas, geográficas, fuerza de trabajo más o menos disponible, modos de producción preexistentes, cultura y costumbres propias, etc.–, haciendo que las relaciones de producción originadas en ese espacio colonial adquieran las características más diversas, híbridas y combinadas, aunque insertas, en el caso que estudiamos, en el proceso general de la acumulación originaria de capital en Europa[38].
Tampoco está en debate que “(…) en esa combinación de formas de producción, la predominante en el Brasil, las Antillas, las Guayanas, el sur de EE. UU., etc., fue la esclavista”[39]. Eso también está escrito, señor Maestri.
En suma, no está en discusión la pertinencia de la preocupación de Ciro Cardoso por reconocer la “la especificidad de los modos de producción coloniales de América (…)”[40].
Lo que discuto es la lógica, la propuesta y las consecuencias políticas, siempre con un enfoque marxista, de dotar a esas especificidades de una falsa autonomía con relación al “proceso general de la acumulación originaria de capital en Europa” o, en otros términos, del proceso desigual de desarrollo del capitalismo mundial. La universalización de lo particular es opuesta al método de análisis marxista.
Es justo reconocer el acierto de Cardoso y, aunque tardío, de Gorender, al criticar el dogma estalinista de los “cinco estadios”. Ellos argumentaron, correctamente, que tanto el desarrollo de las fuerzas productivas como los modos de producción en América no seguían –ni podían seguir– la “escalera” europea. Sin embargo, Gorender, apresurado para negar la dicotomía “pasado feudal-pasado capitalista”, se empeñó en elaborar una “teoría general”[41] construida a partir de una aprehensión fragmentada de la totalidad y, con ello, estableció una relación formal, no dialéctica, entre el desarrollo del capitalismo europeo y el carácter de las formaciones sociales en los países con orígenes coloniales.
Gorender expuso su razonamiento de modo inequívoco. La esclavitud, para él, es la categoría central, el “punto de partida” para comprender el Brasil colonial:
Tal diferencia consiste en que [Fernando] Novais y [João Manuel] Cardoso de Mello parten del sistema colonial mundial como totalidad que determina el contenido de la formación social en el Brasil, al paso que yo inicio mi análisis con el modo de producción esclavista colonial, a cuya dinámica propia atribuyo una determinación fundamental[42].
En oposición a la conocida definición de Caio Prado Jr., propuso que la colonia tenía un “sentido” intrínseco. Así, Gorender invirtió la lógica marxista y planteó, con el aplauso de Maestri, que “las relaciones de producción de la economía colonial necesitan ser estudiadas de dentro para fuera”[43].
Esa lógica lo condujo a interpretar que la estructura económica interna del actual Brasil habría alcanzado tal autonomía que engendró un modo de producción original, cualitativamente distinto de los que surgieron antes:
Se impone, por consiguiente, la conclusión de que el modo de producción esclavista colonial es inexplicable como síntesis de modos de producción preexistentes, en el caso del Brasil […] El esclavismo colonial emergió como un modo de producción de características nuevas, antes desconocidas en la historia humana[44].
Maestri apela a un juego de palabras para oponer “características nuevas” a “completamente nuevas”, evitando ir al contenido del problema. No pretendo entrar en ese juego estéril. Baste decir que, si el contenido de la idea es que el “esclavismo colonial” fue un modo de producción específico con características “antes desconocidas en la historia humana”, no es abusivo concluir que lo que el autor propone es la aparición de algo completamente nuevo para la humanidad.
El académico gaúcho se defiende diciendo que el estudio de las relaciones de producción “de dentro para fuera”, significaría “partir de lo concreto –medios de producción, relaciones de producción, modo de producción, formación social (…)”. Obviamente, lo anterior es algo “concreto”. Esa no es la discusión. La cuestión es que se trata de la concretización de una particularidad inserta y condicionada por la universalidad del proceso de génesis, desarrollo y posterior imposición hegemónica del modo de producción capitalista en Europa, pero también en los espacios coloniales. El problema no está en considerar “lo concreto”, sino en pretender transformar la parte en totalidad, atribuyéndole, como el propio Gorender admite, “una determinación fundamental”.
Para demostrar la especificidad del “esclavismo colonial”, Maestri procede a explicarnos las diversas formas de esclavitud en la historia, para concluir que:
El modo de “producción esclavista colonial” tenía grandes identidades con los vigentes en las sociedades greco-romana, puesto que era “esclavista”. Pero poseía, también, diversidades sustanciales o “leyes específicas” tendenciales, que determinaban que sea un modo de producción “históricamente nuevo”, dependiente del mercado colonial –de ahí su adjetivación de “colonial”.
Ese paréntesis es innecesario, puesto que son evidentes las diferencias entre el esclavismo de la Antigüedad y el moderno, fundamentalmente porque uno y otro se asentaron sobre distintos grados de desarrollo de las fuerzas productivas.
Sin embargo, tomadas en su conjunto, ambas formas de trabajo forzado mantuvieron una característica principal, común a toda sociedad esclavista: el esclavo era al mismo tiempo capital fijo y mercancía; el mercado de trabajo era abastecido por robos que “constituyen pura y simplemente actos de apropiación de la fuerza de trabajo por medio de la violencia física descarada”[45].
Desde esta perspectiva, es abusivo presentarlo como “desconocido” por la humanidad. Esa afirmación no pasa de un intento forzado de justificar tal grado de autonomía que la “determinación fundamental” sería dada por la originalidad del esclavismo colonial, no por la economía mundial.
El craso error metodológico de Cardoso-Gorender-Maestri radica en sobredimensionar el fenómeno, perdiendo de vista la totalidad y universalizando la particularidad, algo que no tiene nada en común con el marxismo y, por el contrario, se acerca peligrosamente al método posmoderno.
Si bien señalan que el “esclavismo colonial” era “dependiente” del “mercado internacional”, o que el “mercado colonial” constituía el “presupuesto” de ese modo de producción, esos elementos son luego abstraídos de sus conclusiones. El problema radica en que, como criticamos anteriormente, el contenido y la dinámica de ese tal “mercado internacional” nunca son definidos y, en definitiva, aparecen como algo separado del proceso de acumulación capitalista global.
Es a tal punto así que Maestri llega al colmo de rechazar mi afirmación de que “(…) no se puede explicar la ‘estructura interna’ de las economías coloniales americanas por fuera de este proceso de expansión del sistema capitalista”.
Gorender-Maestri terminan menospreciando la compleja relación metrópoli-colonia y la ligazón con el mercado mundial dominado por el capital comercial. Se les escapa que el grueso de la producción extraída de las colonias americanas, con todas sus particularidades, no era mayormente realizada en las colonias sino fuera de ellas, dado que estaban “encadenadas” a las metrópolis y, por esa vía, a merced del desarrollo desigual del capitalismo europeo.
El esclavismo moderno –con su odiosa brutalidad–, en ese contexto, supuso una necesidad económica derivada tanto del interés por ampliar la producción para un mercado que había dejado de ser solo “europeo”, como de la escasez de mano de obra nativa en las Américas. Fue un proceso similar a la “segunda servidumbre europea” de la que habló Engels[46]. El trabajo forzado, bajo distintas formas, se transformó en algo imperioso en el proceso de acumulación originaria de capital.
Marx señala este papel económico de la esclavitud moderna como sostén de la industria moderna:
La esclavitud es una categoría económica como cualquier otra. Por ende, tiene también sus dos lados. Dejemos el lado malo de la esclavitud y hablemos del lado bueno: quede claro que hablamos tan solo de la esclavitud directa, de la esclavitud de los negros en Surinam, en Brasil, en las comarcas meridionales de Norteamérica. La esclavitud directa es el fundamento de la industria burguesa, al igual que las máquinas, el crédito, etc. Sin esclavitud, no tendríamos el algodón; sin el algodón, no tendríamos la industria moderna. Es la esclavitud lo que ha dado valor a las colonias; son las colonias las que han creado el comercio universal; es el comercio universal lo que constituye la condición de la gran industria. […] Los pueblos modernos no han hecho más que encubrir la esclavitud en su propio país, y la han impuesto sin disfraz en el Nuevo Mundo[47].
Como vimos, es obvio que “…la producción esclavista americana no fue posibilitada por la producción capitalista, ni se organizó para sostenerla…”, siguiendo una suerte de “plan maestro”, pero esta es una mirada estática del proceso. La historia no se detuvo en el siglo XVI o XVII. En otras palabras, lo que plantea Marx en Miseria de la filosofía es que Europa occidental impuso la esclavitud moderna para impulsar la producción a gran escala de valores de cambio para alimentar el comercio universal y, con ello, terminó incentivando el desarrollo de la industria y el capitalismo en sus países.
Maestri, perdido en el reino de la particularidad, no entiende que la expansión comercial y colonial europea será el punto de inflexión histórico, el “punto de partida”, el momento crucial en que el modo de producción capitalista, todavía en estado germinal pero representando lo “nuevo”, encontrará el contexto propicio en el que, tendencialmente, ampliará sus condiciones de existencia al penetrar en los poros de la sociedades conquistadas y, paulatinamente, destruir las relaciones de producción arcaicas, sin importar que las haya utilizado en su propio beneficio por un período más o menos prolongado.
Marx plantea de modo explícito las condiciones que marcaron “los albores de la era de producción capitalista”:
El descubrimiento de los yacimientos de oro y plata de América, el exterminio, la esclavización y el sepultamiento en las minas de la población aborigen, el comienzo de la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la conversión del continente africano en cazadero de esclavos negros: tales son los hechos que señalan los albores de la era de producción capitalista. Estos procesos idílicos representan otros tantos factores fundamentales en el movimiento de la acumulación originaria. Tras ellos, pisando sus huellas, viene la guerra comercial de las naciones europeas, con el planeta entero por escenario. Rompe el fuego con el alzamiento de los Países Bajos, que se sacuden el yugo de la dominación española, cobra proporciones gigantescas en Inglaterra con la guerra antijacobina, sigue ventilándose en China en las guerras del opio, etc.[48].
Si Maestri diese la espalda a su método y analizase todo ese movimiento “de fuera para adentro”, notaría que “la conversión del continente africano en cazadero de esclavos negros” y la propia esclavitud moderna en Brasil y otras partes del mundo no fueron ninguna “determinación fundamental” sino que existieron, como propone Marx, “como una anomalía dentro de un mercado mundial basado en el trabajo libre”.
La lógica de Gorender-Maestri nos lleva a un callejón sin salida. Si fuésemos coherentes con el análisis “de dentro para afuera” y con la atribución de una “determinación fundamental” a la estructura interna de cada espacio colonial, llegaríamos a una fragmentación analítica tan absurda que tendríamos que hablar de “encomienda colonial”, “mita potosina colonial”, “yanaconazgo colonial”, “sistema de enganches por deudas colonial”, “modo de producción despótico-tributario colonial”, “modo de producción despótico-aldeano colonial” y así hasta “agotar” las más variadas particularidades y sus matices.
Mal que le pese a Maestri, Gorender no “superó” ningún impase ni resolvió ninguna polémica. Lamentablemente, el problema es demasiado complejo para ser solucionado por una “adjetivación”, por “creativa” que sea.
¿Una “revolución social” en Brasil?
Atrapado en su esquema de que el modo de producción “esclavista colonial”, en sí mismo, determinaba la dinámica sociopolítica brasileña, Gorender propone que “la Abolición fue la única revolución social jamás ocurrida en la Historia de nuestro País”[49], puesto que acabó con la formación social esclavista y supuso una “profunda transformación en la estructura económica”[50].
Con todo, el mismo Gorender admite que el latifundio permaneció intacto y que “la más elevada forma de lucha de los esclavos consistió en la huida de las haciendas, que se dio, sobre todo, en São Paulo (…)”, hecho que los “incapacitó” para “la lucha por la tenencia de la tierra, a pesar de haber manifestado una aspiración en ese sentido”[51].
No cuestiono que la abolición jurídica de la esclavitud negra en 1888 haya “desembarazado” la “difusión de las relaciones de producción capitalistas”[52], como apunta Gorender, ni que, en palabras de Maestri, haya asestado “(…) el golpe final en una producción dominante por más de tres siglos, dando lugar a diversas relaciones de producción apoyadas en el trabajador libre”. Aunque extremadamente tardío, fue un cambio muy progresivo. Eso está claro.
El problema consiste en determinar si la forma en que ocurrió ese cambio implicó verdaderamente “… la única revolución social jamás ocurrida en la Historia…” de Brasil, como propone Gorender y repite Maestri.
Pues bien, pongamos a prueba esa tesis.
A sabiendas de que la definición de “revolución” es polémica, mi referencia será la de Trotski:
El rasgo característico más indiscutible de las revoluciones es la intervención directa de las masas en los acontecimientos históricos […En] los momentos decisivos, cuando el orden establecido se hace insoportable para las masas, éstas rompen las barreras que las separan de la palestra política, derriban a sus representantes tradicionales y, con su intervención, crean un punto de partida para el nuevo régimen […] La historia de las revoluciones es para nosotros, por encima de todo, la historia de la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos[53].
Por otra parte, asumo que toda “revolución social” tiene un carácter de clase, determinado por la época histórica y la naturaleza de sus tareas, así como un sujeto social revolucionario. Supongo que el señor Maestri coincidirá con esta premisa.
En el Brasil de 1888, “entonces un país prenacional”, como describe Maestri, no podríamos concebir la idea de una revolución proletaria. No dudo que mi crítico piensa lo mismo.
En tal caso, la “revolución social” abolicionista de la que habla Gorender sólo podría tratarse de una revolución democrático-burguesa, lo suficientemente poderosa para concretar una “profunda transformación en la estructura económica”[54].
A finales del siglo XIX, ya la historia había mostrado que una revolución democrático-burguesa antiesclavista admitía la posibilidad de que los propios esclavizados, principal sector social explotado y oprimido, se erigieran a la condición de sujeto revolucionario. La pregunta es: ¿fue ese el caso del proceso que derivó en la escueta Ley N.º 3.353 del 13 de mayo de 1888, firmado por la princesa Isabel, que abolió legalmente la esclavitud en Brasil?
¿Ocurrió algo comparable a la “la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos”? ¿Puede decirse, señor Maestri, que el 13 de mayo fue producto de algo por lo menos similar a una revolución negra, social y radical, como el caso haitiano? ¿O quizá ocurrió, sin que sepamos, algo en escala menor, pero similar a la guerra civil estadounidense, en la cual los esclavizados, aunque constreñidos a los límites del ejército de la Unión, participaron masivamente de una sangrienta lucha armada que, a cierta altura, se transformó en abolicionista?
Los hechos, lamentablemente, no permiten semejante aseveración. Ni Gorender ni Maestri llegan a tal extremo. El primero, como citamos, reconoce que “la más elevada forma de lucha de los esclavos consistió en la huida de las haciendas…”, un movimiento audaz e importante, pero limitado si lo que se pretende demostrar es una “revolución social” acaudillada por los propios esclavizados. El segundo constata que: “…la clase de los trabajadores esclavizados, principal agente de esa transformación estaba, hacía décadas, en fuerte regresión”.
En suma, nos proponen una “revolución social” jamás vista en la historia brasileña pero que, simplemente, no encaró el problema de la tierra ni tuvo a los esclavizados –que según el propio Maestri estaban “hacía décadas, en fuerte regresión”– como sujeto social.
En tal escenario, persiste la interrogante de qué clase social lideró la “revolución social” de Gorender.
Si toda revolución necesita de un sujeto social y, como convenimos, los propios esclavizados no lo fueron, ese papel sólo pudo caberle a la burguesía abolicionista, o, al menos, a un sector de ella.
Aunque un enfurecido Maestri, quedándose sin argumentos, apele a una provocación tan baja como asociarme con las tesis de los esclavistas y de Gilberto Freyre, que defienden la idea de una supuesta “pasividad histórica del negro” en Brasil, es necesario reafirmar: la fijación en el “esclavismo colonial” como “determinación fundamental” indujo a Gorender a deslizar la idea de que la burguesía abolicionista brasileña cumplió un papel revolucionario en la historia nacional. Maestri, retrocediendo a los tumbos, intenta matizar la cosa diciendo que Gorender habló de “transición revolucionaria” o “transiciones intermodales”, cuando, textualmente, plantea la existencia de una “revolución social”.
Pero Maestri no parece estar dispuesto a cuestionarse esa afirmación de Gorender. Por el contrario, en su imaginación, cualquiera que apunte los “límites” del proceso institucional de abolición o se rehúse a aceptar la “revolución social” del exdirigente del PCB, estaría abrazando “visiones fuera de la historia” y adhiriendo a las tesis racistas de Gilberto Freyre y otros esclavistas.
Sobre el sujeto social, el propio Gorender se pregunta: “¿qué papel tuvo la burguesía en transformaciones de tamaña envergadura?”, para luego destacar el papel de la “…militancia abolicionista de comerciantes e industriales”. Posteriormente conjetura que, si bien la burguesía bancaria habría sido hostil o temerosa de la abolición, “puede suponerse, dada la lógica de los intereses de clase, que la burguesía industrial debería asumir una actitud opuesta”[55], o sea, favorable a la “revolución social” que él propone.
Es obvio que, como escribe Maestri, “en el caso de que una facción de la burguesía industrial-manufacturera hubiera apoyado el abolicionismo, habría tenido, sí, un ‘papel progresista’ aunque insignificante”. El problema es que el sujeto social de una “revolución social”, la propuesta de Gorender, no cumple “sólo” un papel progresista, mucho menos “insignificante”; cumple un papel revolucionario. No juguemos a las escondidas, Maestri: una cosa es cumplir un papel progresista, otra muy distinta es el rol de sujeto revolucionario.
Pero los problemas de la tesis de la “revolución social” de 1888, por lo menos en los términos planteados por Gorender-Maestri, no terminan allí. Si realmente hubiera existido una revolución social de naturaleza democrático-burguesa-abolicionista, que hubiera extirpado la esclavitud, cabría esperar que el capitalismo que emergiera de ese proceso cargase con pocos o ningún resquicio del “modo de producción esclavista colonial” o, como escribe Gorender, de otras “formas de explotación ya agotadas”[56]. Si admitiéramos por unos minutos la tesis del exdirigente estalinista, cabría preguntarnos: si una revolución democrático-burguesa de carácter social hubiese realmente acontecido en el siglo XIX, ¿cuáles serían las tareas democráticas pendientes o inconclusas que debería incorporar el programa de la revolución socialista brasileña? De acuerdo con el esquema de Gorender, sería lícito suponer que pocas o ningunas. Esa conclusión, coherente con la (falsa) idea de una “revolución social” nunca vista en Brasil, encierra el peligro de un profundo error programático y político en el presente.
Por otra parte, si asumimos la premisa de que el Brasil fue sacudido, en 1888, por una revolución social abolicionista, es muy difícil explicar el contexto calamitoso, para los excautivos, del período posabolición, en el que fueron abandonados a su suerte, sin tierras, empleo, viviendas dignas, educación formal, etc. Es claro que ninguna revolución burguesa, ni siquiera las más radicales, se hizo en nombre de los desposeídos y oprimidos. Sin embargo, si hubiera sucedido una especie de revolución negra victoriosa, no sería desatinado esperar que conllevase un grado superior de conquistas materiales y democráticas que, aunque efímeras, dejaran sus marcas en la sociedad brasileña.
La tesis de Gorender, más allá de la buena intención de atribuir “centralidad” a los esclavizados en la historia, no se condice con los hechos y es, por lo tanto, incoherente, inconsistente y falsa.
Porque una de las razones de la pesada herencia de racismo que corroe la sociedad brasileña y justifica la política permanente de exterminio de su población negra tiene sus raíces en la forma en que se dio la abolición, que, lamentablemente, no significó ninguna revolución.
Señor Maestri, no se trata de negar la enorme importancia de las luchas de los esclavizados por su libertad. No intente resolver las diferencias con provocaciones infantiles. El papel de la resistencia negra desde el siglo XVI es incuestionable: fugas, sabotajes, suicidios, rebeliones armadas, etc. Es inaceptable, por lo tanto, el mito racista de que la abolición fue “pacífica” y de que ocurrió debido a la benevolencia de una princesa blanca. Como planteo en otro trabajo: “[hacia 1888…] la esclavitud estaba en proceso de desintegración por una combinación de factores: la presión internacional por el fin del tráfico negrero y las incontables luchas de los propios esclavos, que la corroían por dentro…”[57].
El miedo a que la abolición despertase el “demonio de la revolución”, es decir, que desembocase en un cuestionamiento popular no solo de la propia esclavitud sino de la estructura latifundista y las penurias derivadas de la sociedad de clases, movilizó a importantes sectores propietarios. A cierta altura, ante la profunda crisis del esclavismo, buena parte de las clases dominantes se reubicó y defendió la abolición con el criterio pragmático de “hagámosla nosotros, antes que ellos la hagan”… ¡Exactamente por la resistencia negra, señor Maestri!
Fue justamente el temor a los “inconvenientes económicos por los que pasaron las Antillas inglesas y francesas (…a los) horrores de Santo Domingo…”, según escribió Joaquim Nabuco, el que imprimió al tardío abolicionismo brasileño un carácter no sólo conservador y conciliador, sino preventivo.
La burguesía brasileña, como tantas veces en la historia nacional, pudo anticiparse a una potencial revolución social negra y, con más o menos sobresaltos, garantizó una transición gradual, institucional y alejada de cualquier turbulencia social de consecuencias insospechadas. “Es así –escribió Nabuco–, en el Parlamento y no en las haciendas o quilombos del interior, ni en las calles y plazas de las ciudades, que se habrá de ganar, o perder, la causa de la libertad”[58]. Esta fue la vía, reformista y gatopardista, que se impuso. Una solución que, además, contó con la bendición del imperialismo británico. No una “revolución social”, como romantiza Gorender ante la exaltación de Maestri.
En suma, la fuerza creciente de la lucha de los esclavizados y el peligro de que la abolición ocurriera “en las haciendas o quilombos del interior” llevó a que, preventivamente, los sectores burgueses abolicionistas más fuertes redoblasen sus esfuerzos en pos de una abolición “controlada” desde arriba. Esas facciones propietarias, a su manera, cumplieron un papel progresivo en el contexto del siglo XIX, pero no revolucionario. En otras palabras, hubo resistencia y todo tipo de luchas heroicas por parte de los cautivos, pero, lamentablemente, no desembocaron en un proceso de revolución social, mucho menos con protagonismo negro y con métodos violentos.
De esa suerte, la forma extremamente tardía y “controlada” en que se dio la abolición impidió cualquier reparación y cercenó derechos democráticos básicos. No garantizó absolutamente nada a los esclavizados liberados en 1888. No hubo ninguna política de concesión de tierras, empleo o vivienda. Nada. La burguesía consiguió controlar el proceso y encaminarlo hacia una transición gradual, siempre con el apoyo del imperialismo británico. La hipótesis de que, en el caso de una “revolución social”, la inserción de los excautivos en el capitalismo semicolonial brasileño hubiese sido, al menos, cuantitativamente diferente no es “demagogia”, como escribe Maestri. Demagogia es predicar la existencia de una revolución social que nunca ocurrió. El combate ideológico a la tesis de la “pasividad” del negro en la historia brasileña, aunque justo y necesario, no autoriza a distorsionar los hechos. Algo así, además de impedirnos extraer con precisión las lecciones de la historia, deforma el programa y la política en el presente.
Desarrollada hasta sus últimas consecuencias, en términos programáticos, la idea de una revolución social inexistente induce a omisiones o menosprecios importantes. Exactamente porque la abolición ocurrió de modo gradual y controlado por la oligarquía, esto es, por la vía de la institucionalidad de los propietarios, la realidad impone un pliego de tareas democráticas, antirracistas, que el programa obrero y socialista debe incorporar. Desde las “cotas”, a las que el propio Maestri se opone[59], pasando por las reparaciones efectivas en términos de igualdad racial y social. Tareas democráticas que, en plena época imperialista, sólo una revolución socialista, con el proletariado a la cabeza de los demás sectores explotados y oprimidos, podrá concretar.
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[1] MAESTRI, Mário. A colonização das Américas em debate. Disponible en: <https://aterraeredonda.com.br/a-colonizacao-das-americas-em-debate/>, consultado el 20/05/24. Todas las referencias a Maestri, salvo indicación contraria, remitirán a este texto. La traducción de las partes citadas es mía.
[2] NÚÑEZ, Ronald L. A Guerra contra o Paraguai em debate. São Paulo: Sundermann, 2021, pp. 27-77.
[3] FRANK, André G. Capitalismo y subdesarrollo en América Latina. México: Siglo XXI, 1970, pp. 3, 5, 10.
[4] Nahuel Moreno [1924-1987]: Dirigente y teórico trotskista argentino, fundador de la actual Liga Internacional de los Trabajadores (LIT-CI).
[5] MORENO, Nahuel [1948]. Cuatro tesis sobre la colonización española y portuguesa en América. Disponible en: <https://www.marxists.org/espanol/moreno/obras/01_nm.htm>, consultado el 21/05/2024.
[6] Ibídem.
[7] En cuanto a la dinámica del proceso, puede decirse que el análisis de Moreno es cercano a las conocidas definiciones de Caio Prado Jr. y Fernando Novais.
[8] Ibídem. Salvo indicación contraria, todos los subrayados son nuestros.
[9] MORENO, Nahuel [1975]. Método de interpretación de la historia argentina. Buenos Aires: El Socialista, 2012, pp. 31-32.
[10] PRADO Jr., Caio. Formação do Brasil contemporâneo. São Paulo: Brasiliense, 2000, pp. 20-21.
[11] MARX, Karl. El Capital. Tomo I. Buenos Aires: Editorial Cartago, 1956, p. 573. Subrayado en el original.
[12] MARX, Karl; ENGELS, Friedrich [1848]. Manifiesto del Partido Comunista. Disponible en: <https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/48-manif.htm>, consultado el 11/06/2024.
[13] MARX, Karl. El Capital. Tomo I… op. cit., p. 601.
[14] MARX, Karl; ENGELS, Friedrich. La ideología alemana. In: MARX, Karl; ENGELS, Friedrich. Materiales para la historia de América. Córdoba: Cuadernos Pasado y Presente, 1972, p. 39.
[15] MARX, Karl; ENGELS, Friedrich [1848]. Manifiesto del Partido Comunista…, op. cit.
[16] ENGELS, Friedrich. El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Madrid: Fundación Federico Engels, 2006, p. 88.
[17] MARX, Karl; ENGELS, Friedrich. Materiales para la historia de América…, op. cit., p. 46.
[18] MARX, Karl. Historia crítica de la teoría de la plusvalía. Tomo II. México: Fondo de Cultura Económica, 1944, pp. 331-333.
[19] MARX, Karl. Elementos fundamentales para la crítica de la economía política: Grundrisse [1857-1858]. In: MARX, Karl; ENGELS, Friedrich. Materiales para la historia de América…, op. cit., p. 164.
[20] MARX, Karl; ENGELS, Friedrich. La ideología alemana. In: MARX, Karl; ENGELS, Friedrich.
Materiales para la historia de América…, op. cit., p. 39.
[21] MARX, Karl; ENGELS, Friedrich [1848]. Manifiesto del Partido Comunista…, op. cit.
[22] MAESTRI, Mário. Em busca de um Brasil feudal perdido. Disponible en: <https://aterraeredonda.com.br/em-busca-de-um-brasil-feudal-perdido/>, consultado el 11/06/2024.
[23] VAID, Dharv. 50 millones de personas, atrapadas en la esclavitud moderna. Disponible en: <https://www.dw.com/es/50-millones-de-personas-atrapadas-en-la-esclavitud-moderna/a-65831282>, consultado el 11/06/2024.
[24] MORENO, Nahuel [1948]. Cuatro tesis sobre la colonización…, op. cit.
[25] NOVACK, George. O desenvolvimento desigual e combinado na história. São Paulo: Editora Sundermann, 2008, p. 90.
[26] MORENO, Nahuel [1948]. Cuatro tesis sobre la colonización…, op. cit.
[27] Ibídem.
[28] GORENDER, Jacob [1978]. O escravismo colonial. 6ta ed. São Paulo: Expressão Popular-Perseu Abramo, 2016.
[29] MAESTRI, Mário. O escravismo colonial: A revolução Copernicana de Jacob Gorender. A Gênese, o Reconhecimento, a Deslegitimação. Cadernos IHU. Ano 3, n. 13, 2005, p. 9.
[30] CARR. E. H. O que é história. Rio de Janeiro: Paz e Terra, 1987, p. 24.
[31] FREIRE, Alipio; VENCESLAU, Paulo de Tarso. Jacob Gorender. Disponible en: <https://teoriaedebate.org.br/1990/07/01/jacob-gorender/>, consultado el 11/06/2024.
[32] Aparentemente, Maestri también lamenta la “destrucción de la URSS” estalinizada, dado que habría desencadenado la “victoria de la marea contrarrevolucionarias mundial de los años 1990”.
[33] GORENDER, Jacob. Marxismo sem utopia. São Paulo: Ática, 1999, p. 9.
[34] Ibídem.
[35] Ídem, p. 33.
[36] Ídem, pp. 37-38.
[37] MAESTRI, Mário. Centenário do nascimento de Jacob Gorender. Disponible en: <https://aterraeredonda.com.br/centenario-do-nascimento-de-jacob-gorender/>, consultado el 11/06/2024.
[38] NÚÑEZ, Ronald L. A Guerra contra o Paraguai…, op. cit., p.75.
[39] Ídem, p.63.
[40] CARDOSO, Ciro F. Severo Martínez Peláez y carácter del régimen colonial. In: ASSADOURIAN, Carlos, et al. Modos de producción en América Latina. Córdoba: Cuadernos Pasado y Presente, 1974, p. 102.
[41] GORENDER, Jacob [1978]. O escravismo colonial…, op. cit., p. 22.
[42] GORENDER, Jacob [1981]. A burguesia brasileira. 3era ed. 2da reimp. São Paulo: Brasiliense, 2004, p. 7.
[43] Ídem, p. 21.
[44] GORENDER, Jacob [1978]. O escravismo colonial. 3era ed. São Paulo: Ática, 1980, p. 54. Subrayado en el original.
[45] MARX, Karl [1859]. Contribución a la crítica de la economía política. Buenos Aires: Estudio, 1970, p. 210.
[46] Engels explicó que en el siglo XVI hubo un “rebrote” feudal en gran parte de Europa Oriental, con el objetivo de producir lana y otras materias primas para el desarrollo manufacturero de Europa Occidental. Así, el siervo vio reforzada su sujeción a la tierra por la fuerza, para producir en gran escala para el mercado occidental. Ese proceso sería un preanuncio de lo que ocurriría, de manera ampliada, en el Nuevo Mundo. Consultar: MAZZEO, Antônio. O escravismo colonial: modo de produção ou formação social? Revista Brasileira de História. São Paulo, v. 6, n. 12, 1986, p. 211.
[47] MARX, Karl. Miseria de la filosofía. Disponible en: <https://www.marxists.org/espanol/m-e/1847/miseria/005.htm>, consultado el 29/05/2024.
[48] MARX, Karl. El Capital. Tomo I…, op. cit., p. 601.
[49] GORENDER, Jacob [1981]. A burguesia brasileira…, op. cit, p. 21. Subrayado en el original.
[50] Ibídem.
[51] Ídem, p. 22.
[52] Ibídem.
[53] TROTSKY, León. Historia de la Revolución Rusa. Disponible en: <https://www.marxists.org/espanol/trotsky/1932/histrev/tomo1/prologo.htm>, consultado el 11/06/2024.
[54] GORENDER, Jacob [1981]. A burguesia brasileira…, op. cit., p. 21.
[55] Ídem, p. 23.
[56] Ídem, p. 22.
[57] NÚÑEZ, Ronald L. 13 de mayo de 1888: una narrativa racista sobre la abolición de la esclavitud en Brasil. Disponible en: <https://www.abc.com.py/edicion-impresa/suplementos/cultural/2020/05/17/13-de-mayo-de-1888-una-narrativa-racista-sobre-la-abolicion-de-la-esclavitud-en-brasil/>, consultado el 11/06/2024.
[58] NABUCO, Joaquim. O abolicionismo. São Paulo: Publifolha, 2000, pp. 12, 29.
[59] PARTIDO COMUNISTA BRASILEIRO. O Programa Racial do Capital e do Trabalho para a Sociedade Brasileira. Disponible en: <https://pcb.org.br/portal2/628>, consultado el 11/06/2024.
[1] Ronald León Núñez, sociólogo por la Universidad Nacional de Asunción (2009), máster (2015) y doctor (2021) en Historia por la Faculdade de Letras e Ciências Humanas de la Universidade de São Paulo, Brasil. Autor, entre otros libros, de La Guerra contra el Paraguay en debate (Lorca, 2019). Miembro del Comité Paraguayo de Ciencias Históricas (CPCH). Militante de la Liga Internacional de los Trabajadores-Cuarta Internacional.