«Asaltar el cielo»
04/05/2024Últimamente, las palabras “dictadura del proletariado” han vuelto a sumir en santo horror al filisteo socialdemócrata. Pues bien, caballeros, ¿queréis saber qué faz presenta esta dictadura? Mirad a la Comuna de París: ¡he ahí la dictadura del proletariado!
Friedrich Engels, Introducción a la Guerra civil en Francia, 1891[1].
Por Ronald León Núñez
La existencia de la Comuna de París fue breve. Comenzó el 18 de marzo y terminó el 28 de mayo de 1871, cuando la resistencia de los communards terminó ahogada en sangre por la represión conjunta de las burguesías francesa y alemana, a las que poco importó el hecho de que pocos meses antes estuvieron en guerra. Pero su significado político es interminable. Hace 153 años nació la primera experiencia de gobierno obrero de la historia, un sublime intento de tomar el cielo por asalto.
Por Ronald León Núñez
Así sus conquistas como su derrota se erigieron en una referencia para las luchas por la emancipación social. La Comuna no pereció con la última barricada de la calle Ramponneau, puesto que sus enseñanzas poseen valor en sí mismas; “la gran medida social de la Comuna”, anotó Marx, “fue su propia existencia, su labor”[2].
Hacia finales de la década de 1860, el régimen despótico del emperador Napoleón III, que se erigió sobre la derrota de la revolución de 1848, estaba muy debilitado. Para superar la crisis, “Napoleón el Pequeño” decidió embarcarse en una nueva aventura militar. Engels explica que “el Segundo Imperio era la apelación al chovinismo francés, la reivindicación de las fronteras del Primer Imperio, perdidas en 1814, o al menos las de la Primera República […] Esto implicaba la necesidad de guerras accidentales y de ensanchar las fronteras. Pero no había zona de expansión que tanto deslumbrase la fantasía de los chovinistas franceses como las tierras alemanas de la orilla izquierda del Rin”[3].
En julio de 1870, luego de embates diplomáticos acerca de la sucesión del trono español, Francia declara la guerra a Prusia. El canciller Bismarck, por su parte, aprovechará el ataque francés para acelerar el proceso de unificación nacional de la entonces Confederación Alemana del Norte. Así, estalla la guerra franco-prusiana.
La batalla de Sedán sentencia el desastre militar francés. El 2 de setiembre, por decisión del alto mando, cerca de 83.000 soldados capitulan ante los prusianos. El propio Napoleón III cae prisionero. El Segundo Imperio Francés se desmorona junto con su ejército. El 4 de setiembre es proclamada en París la Tercera República y se constituye un Gobierno Provisional de Defensa Nacional, presidido por Louis-Jules Trochu. Sin embargo, la República decide continuar la guerra.
Pero el avance prusiano es imparable. Desde el 19 de setiembre, París es bombardeada y sometida a un sitio que durará cuatro meses. El hambre toma cuenta de la capital. El 27 de octubre, en Metz, capitulan 173.000 franceses al mando del mariscal Bazaine. Bismarck había pasado a una guerra de conquista. La burguesía francesa mostraba desesperación para capitular. El 18 de enero de 1871, el “Canciller de Hierro” sella la unificación con la proclamación del Imperio alemán nada menos que en la Galería de los Espejos del Palacio de Versalles. El 28 de enero se establece el armisticio[4]. Francia pierde las provincias de Alsacia y Lorena, además de asumir el pago de duras reparaciones de guerra a los vencedores. En febrero, las elecciones para una nueva Asamblea Nacional dieron mayoría a facciones monárquicas. El 17 de febrero, la instancia que quedó conocida como asamblea “rural” nombra presidente provisional a Louis Adolphe Thiers.
La guerra precipitó la revolución. La humillante capitulación ante Prusia exacerbó el descontento en París. Entra en escena la Guardia Nacional, una milicia popular que estuvo a cargo de la defensa de la capital durante la guerra. Contaba con cerca de 300.000 hombres armados, la mayoría obreros, artesanos y sectores de la pequeña burguesía arruinada. A inicios de marzo, los batallones eligen un Comité Central de la Federación de la Guardia Nacional. Se aprobaron nuevos estatutos, estipulando “el derecho absoluto de la Guardia Nacional a elegir sus dirigentes y revocarlos tan pronto como perdieran la confianza de sus electores”. Este organismo, con estructura democrática, asumió la organización de la defensa de París ante la defección de la burguesía francesa, la entrada del ejército prusiano y el serio peligro de una restauración monárquica.
Luego del acuerdo con los prusianos, la prioridad de Thiers pasó a ser la liquidación de la Guardia Nacional. Intentó dispersarla, reducirla, abolir sus sueldos y, sobre todo, desarmarla. El principal obstáculo al objetivo de la burguesía de hacer pagar a los trabajadores el costo de la crisis –y las reparaciones de guerra– consistía en la dualidad de poderes instalada en la capital. Así, entre el 17 y 18 de marzo de 1871 el gobierno republicano intenta confiscar 271 cañones y 146 ametralladoras que la Guardia había emplazado en la colina de Montmartre. Pero el proletariado, encabezado por comités de mujeres, cierra el paso a las tropas regulares. Las mujeres convocaron a una multitud. El pueblo llano rodea a los soldados enviados por Thiers y los insta a desobedecer las órdenes de sus superiores. Ellos no solo fraternizaron con los parisinos, sino que ejecutaron a los generales Lecomte y Clément-Thomas. Es el inicio de la insurrección y de la guerra civil. El Comité Central ocupa los puntos neurálgicos de la ciudad y se instala en el Hôtel de Ville, hasta entonces sede del gobierno. Thiers y su gabinete huyen a Versalles, donde antes se había instalado la Asamblea de los “rurales”. Así se inicia el primer gobierno obrero de la historia.
La proclama de 18 de marzo decía: “Los proletarios de la capital, en medio de las faltas y traiciones de las clases dominantes, comprendieron que había llegado el momento de salvar la situación asumiendo la dirección de los asuntos públicos. […] comprendió que era su deber imperativo y su derecho absoluto tomar las riendas de su destino y asegurar su triunfo conquistando el poder”. A lo que añadía el compromiso de luchar por “la abolición del sistema de esclavitud asalariada de una vez por todas”.
La dirección de la Guardia Nacional, imbuido de prejuicios legalistas, no tardó en convocar a elecciones municipales para deshacerse del poder[5]. El 28 de marzo se instala oficialmente la Comuna de París[6].
Marx sintetizó la composición y el carácter democrático del nuevo poder: “La Comuna estaba formada por los consejeros municipales elegidos por sufragio universal en los diversos distritos de la ciudad. Eran responsables y revocables en todo momento. La mayoría de sus miembros eran, naturalmente, obreros o representantes reconocidos de la clase obrera. La Comuna no habría de ser un organismo parlamentario sino una corporación de trabajo, ejecutiva y legislativa al mismo tiempo. En lugar de continuar siendo un instrumento del gobierno central, la policía fue despojada inmediatamente de sus atributos políticos y convertida en instrumento de la Comuna, responsable ante ella y revocable en todo momento. Lo mismo se hizo con los funcionarios de las demás ramas de la administración. Desde los miembros de la Comuna para abajo, todos los que desempeñaban cargos públicos debían hacerlo con salarios de obreros”[7].
En efecto, el primer decreto de la Comuna fue suprimir el ejército permanente y reemplazarlo por la organización del pueblo armado. Esto, en la práctica, suponía el quiebre del Estado burgués. Le siguieron una serie de medidas que, aunque no hubo tiempo de aplicarlas plenamente, no permiten dudas acerca de su sentido de clase: suspensión de los pagos en concepto de alquileres; prohibición de la venta de los bienes empeñados por los pobres en Monte de Piedad; confirmación en sus cargos de todos los miembros extranjeros elegidos, puesto que “la bandera de la Comuna es la bandera de la República Universal”; separación definitiva entre la Iglesia y el Estado, concretada en decisiones como la suspensión de todos los pagos públicos para fines religiosos, la nacionalización de los bienes eclesiásticos, la secularización de la educación, la declaración de la religión como “asunto privado”. El 12 de abril, la Comuna determina la demolición de la Columna de la Place Vendôme –orden que se ejecutó el 16 de mayo– por constituir un símbolo del chovinismo francés. El 16 de abril se establece la moratoria de todas las deudas por tres años y la eliminación de los intereses. Ese mismo día se aprobó la requisición de las fábricas abandonadas y su reorganización bajo control de cooperativas obreras. El 20 se abole el trabajo nocturno de los panaderos; diez días después se ordena el cierre de todas las casas de empeño. El 25 de abril se confiscan las casas vacías para alojar a familias sin techo. El 5 de mayo se dispuso la demolición de la Capilla Expiatoria, construida para purgar la ejecución de Luis XVI. El 11 de mayo se ordenó la demolición de la casa de Thiers, al que además le confiscaron sus bienes.
Pero, en una ciudad sitiada, estas medidas apenas pudieron esbozarse en la práctica. A inicios de mayo, el ejército regular situado en Versalles estaba listo para la ofensiva final. Thiers hizo otro acuerdo con Bismarck, que liberó cerca de 60.000 prisioneros franceses para engrosar las fuerzas de la contrarrevolución. Marx denunció que “el ejército vencedor y el vencido confraternicen en la matanza común del proletariado. La dominación de clase ya no se puede disfrazar bajo el uniforme nacional; todos los gobiernos nacionales son uno solo contra el proletariado”[8].
Desde abril, los versalleses habían cercado París, sometiéndola a constante bombardeo. El 21 de mayo comienza la ofensiva final para acabar con la Comuna. Los communards resistieron con coraje, pero poco a poco fueron empujados hacia el este de la ciudad. La derrota sobrevino el 28 de mayo. La “semana sangrienta”, una orgía de atrocidades cometidas por la “civilizada” burguesía francesa, terminó con el asesinato de 30.000 parisinos, muchos de ellos mujeres y niños. Para acelerar el trabajo utilizaron ametralladoras. Las pilas de cadáveres, luego de ser exhibidos, fueron arrojados a fosas comunes. Al baño de sangre le siguieron persecuciones, deportaciones, cinco años bajo ley marcial, décadas de calumnias. La basílica de Sacré-Cœur, codiciado destino turístico, fue construida para “expiar los pecados” de los communards.
En palabras de Engels: “Hasta después de ocho días de lucha no cayeron en las alturas de Belleville y Ménilmontant los últimos defensores de la Comuna; y entonces llegó a su apogeo aquella matanza de hombres desarmados, mujeres y niños, que había hecho estragos durante toda la semana con furia creciente […] El Muro de los Federados del cementerio de Père Luchaise, donde se consumó el último asesinato en masa, queda todavía en pie, testimonio mudo pero elocuente del frenesí a que es capaz de llegar la clase dominante cuando el proletariado se atreve a reclamar sus derechos”[9].
El 17 de abril, Marx escribió a su amigo el doctor Kugelmann: “Gracias a la Comuna de París, la lucha de la clase obrera contra la clase de los capitalistas y contra el Estado que representa los intereses de esta ha entrado en una nueva fase. Sea cual fuere el desenlace inmediato esta vez, se ha conquistado un nuevo punto de partida que tiene importancia para la historia de todo el mundo”[10]. Esto ayuda a entender el ensañamiento de la represión. La burguesía necesitaba liquidar este “punto de partida” de alcance histórico.
La trascendencia de la Comuna de París consistió en que fue una revolución contra el Estado capitalista: “la Comuna era, esencialmente, un gobierno de la clase obrera, fruto de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora, la forma política al fin descubierta para llevar a cabo dentro de ella la emancipación económica del trabajo”[11]. Fue la primera revolución moderna que no se contentó con adueñarse de la máquina estatal y utilizarla para sus fines, sino que la demolió, liquidó instituciones claves como el ejército, la policía, el clero, la judicatura. Esta acción, que Marx caracterizó como “condición previa de toda verdadera revolución popular en el continente”[12], representó el embrión de un poder proletario. Desde entonces, el estudio teórico de esta experiencia se hizo indispensable para futuros procesos.
El periodo histórico en el que ocurre la Comuna no podía, con todo, más que anticipar elementos de las grandes crisis del siglo XX. La guerra franco-prusiana presagió la matanza desatada en 1914; la Comuna de París significó un anuncio de la revolución proletaria que triunfaría, por primera vez, en la Rusia de 1917.
Los dirigentes de la Comuna, principalmente blanquistas y proudhonianos[13], cometieron graves errores políticos, propios de sus respectivas doctrinas, como no haber marchado contra Versalles antes de que la contrarrevolución pudiera reorganizarse y cercar París; haberse limitado a pedir adelantos al Banco de Francia en lugar de haberlo expropiado[14]; o la deficiente preparación militar ante el inminente ataque de Thiers. El análisis de esos límites, expresiones de una condescendencia excesiva y de una inclinación a detenerse luego de los primeros logros, forma parte de un balance histórico que resultó sumamente útil para forjar la dirección bolchevique que encabezó la toma del poder en 1917 y, por supuesto, sigue vigente hasta la fecha.
La Comuna de París, a pesar de todo, inauguró la era de la “expropiación de los expropiadores”. Abrió un nuevo capítulo en la tradición del internacionalismo proletario, al incorporar a su causa, 65 años antes de la revolución española de 1936, la tradición de las brigadas obreras internacionales, entre las que sobresalen una brigada belga y otra francoestadounidense. Se sabe, en este sentido, que los versalleses tomaron prisioneros a más de 1.700 “extranjeros”.
La causa de la Comuna es la causa de la revolución social. La causa de todos los humillados y ofendidos. Un estandarte de la nueva sociedad sin explotación ni opresión. Esto la hace inmortal. “Sus mártires”, escribió Marx, “tienen su santuario en el gran corazón de la clase obrera. Y a sus exterminadores la historia los ha clavado ya en una picota eterna, de la que no lograrán redimirlos todas las preces de su clerigalla”[15]. Vive la Commune!
Publicado originalmente en el Suplemento Cultural de ABC Color. Versión revisada y ampliada.
[1] Engels escribió esta introducción para la tercera edición alemana del trabajo de Marx La guerra civil en Francia, publicada en 1891 celebrando el 20 aniversario de la Comuna de París.
[2] MARX, Karl. La guerra civil en Francia. Madrid: Fundación Federico Engels, p. 77.
[3] ENGELS, Friedrich. Introducción. In: MARX, Karl. La guerra civil en Francia…, p. 12.
[4] El 26 de febrero de 1871 se firma el acuerdo preliminar de paz. El tratado definitivo fue firmado en Frankfurt el 10 de mayo, pocos días antes del aplastamiento de la Comuna.
[5] La convocatoria a elecciones, de acuerdo con Marx, fue un “error decisivo” que desvió al Comité Central de organizar con urgencia una marcha sobre Versalles, entonces indefenso: “Aquel día, en las alcaldías de París, las “gentes del orden” cruzaron blandas palabras de conciliación con sus demasiado generosos vencedores, mientras en su interior hacían el voto solemne de exterminarlos en el momento oportuno”, MARX, Karl. La guerra civil en Francia…, p. 61.
[6] Fueron electos 86 representantes para la Comuna, de los cuales 25 eran obreros.
[7] MARX, Karl. La guerra civil en Francia…, p. 67.
[8] MARX, Karl. La guerra civil en Francia…, pp. 95-96.
[9] ENGELS, Friedrich. Introducción…, p. 17.
[10] Carta de Marx a Kugelmann, 17/04/1871: <https://www.marxists.org/espanol/m-e/cartas/m17-4-71.htm>.
[11] MARX, Karl. La guerra civil en Francia…, p. 71.
[12] Carta de Marx a Kugelmann, 12/04/1871: <https://www.marxists.org/espanol/m-e/cartas/m12-4-71.htm>.
[13] Engels escribió: “Por supuesto, cabe a los proudhonianos la principal responsabilidad por los decretos económicos de la Comuna, lo mismo en lo que atañe a sus méritos como a sus defectos; a los blanquistas les incumbe la responsabilidad principal por los actos y las omisiones políticos”. ENGELS, Friedrich. Introducción…, p. 18.
[14] La Comuna, preocupada con el pago a las tropas de la Guardia Nacional, recibió del Banco de Francia la suma de 20.240.000 de francos en concepto de anticipos, de los cuales 9.400.000 pertenecían a la ciudad de París. El banco, situado en territorio controlado por los communards, poseía inmensas reservas en efectivo, títulos, joyas y lingotes de oro. Versalles, por su parte, recibió 257.637.000 de francos, recursos destinados directamente a costear la represión a la Comuna.
[15] MARX, Karl. La guerra civil en Francia…, p. 97.