Artículos

Una narrativa racista sobre la abolición de la esclavitud en Brasil

11/22/2023

El 13 de mayo de 1888, el Senado del entonces Imperio del Brasil aprobó la abolición jurídica la esclavitud negra, la principal forma de explotación que sostuvo la economía del país durante más de tres siglos y medio.

Por Ronald León Núñez

La Lei Áurea fue finalmente sancionada por la princesa Isabel de Orleans e Bragança, esposa del conde d’Eu y que ocupaba temporalmente el trono en ausencia de Pedro II. La  historiografía tradicional brasileña resalta esta fecha con tres intenciones políticas fundamentales: 1) presentar la abolición como un acto de mera benevolencia de una princesa blanca y de un sector “civilizador” de latifundistas dedicados principalmente a la producción de café; 2) ocultar la historia de siglos de resistencia de los cautivos africanos que incidió más de lo que se supone en el proceso de crisis e ilegalización de la esclavitud; 3) desestimar el debate acerca de cómo se dio el proceso de abolición y posterior inserción de los ex esclavos en la sociedad brasileña, un problema ineludible para comprender la relación indisoluble entre la cuestión racial y la grosera desigualdad social que desgarra el Brasil actual.

A comienzos de la década de 1860, el Imperio del Brasil era la principal potencia regional. Algunos historiadores lo compararon con una “flor exótica” dentro del continente. Mientras que, con desigualdades y contradicciones, la mayor parte de las naciones hispanoamericanas conquistaron su independencia como producto de una guerra anticolonial contra la metrópoli española en escala continental, para después asumir formas de gobierno más o menos republicanas, en el Brasil decimonónico ocurrió un proceso opuesto.

Los movimientos anticoloniales –algunos, republicanos y hasta antiesclavistas– fueron derrotados. De esa suerte, la independencia declarada en 1822 y la coronación de Pedro I como emperador, en esencia, resultó de pacto preventivo operado dentro del propio Imperio portugués, por el cual la excolonia quedó gobernada por una monarquía de la misma dinastía que reinaba en la antigua metrópoli. Todo quedó en familia.

El naciente Imperio, además de promover la centralización territorial a sangre y fuego, tenía una misión central: mantener el latifundio y la esclavitud negra en el contexto de un modelo económico exportador de productos primarios y dependiente de capitales extranjeros. Los Tratados comerciales firmados en 1810 y 1827 con el Reino Unido son prueba elocuente de esto último. A propósito, el único conflicto serio entre el Brasil imperial y Londres giró alrededor de la resistencia de los propietarios locales a la abolición del trabajo esclavo. El hecho de que la antigua colonia lusitana haya sido el último Estado de las Américas que ilegalizó la esclavitud dice mucho sobre el código genético de su clase dominante. Podemos afirmar, en suma, que el Imperio del Brasil era el bastión de la reacción dentro de la región.

Una vez que la población indígena nativa fue diezmada, el Imperio portugués apeló al lucrativo tráfico de esclavos africanos para surtir de mano de obra la economía de su principal colonia.

La dimensión de la esclavitud negra en Brasil es espeluznante. Mientras que en los actuales EEUU desembarcaron cerca de 400 mil esclavos, la burguesía luso-brasileña recibió alrededor de cinco millones, 46% de todos los africanos traídos forzosamente para las Américas. Los navíos europeos transportaban hasta 700 cautivos en una travesía que podía durar más de dos meses. Eran llamados de “tumbeiros”, tumbas flotantes, puesto que parte de la “carga” moría en altamar debido a las condiciones infrahumanas. Se estima que no menos de 1.800.000 africanos murieron antes de llegar a América. A los sobrevivientes les aguardaba un destino no menos infernal[1]. Alrededor de 2 millones desembarcaron en Rio de Janeiro, donde los esclavos representaban el 42% de sus habitantes en 1846.

La esclavitud negra, aunque es un modo de producción no capitalista, fue extremadamente útil para la acumulación originaria de capital que devino en el triunfo definitivo de la sociedad burguesa. La esclavitud data de tiempos muy remotos, es verdad, pero fue en el período de transición histórica que desembocó en la hegemonía del sistema capitalista que adquirió una escala inédita y fue asociada a la piel negra. Los principales imperios europeos pusieron todo su empeño en el tráfico de esclavos a través del Atlántico: portugueses, británicos, franceses, españoles, holandeses. No fue el racismo lo que promovió la esclavitud moderna; fue el lucrativo negocio de la esclavitud lo que estimuló el racismo, una ideología repugnante destinada a justificar esa forma de explotación humana[2].

Sin embargo, a finales del siglo XVIII la esclavitud negra comenzó a entrar en crisis. El modo de producción capitalista suponía el paso a una forma más lucrativa de explotación: el trabajo jurídicamente “libre”. Así, la extracción de excedente social por medio de la coerción extraeconómica pasó a ser un obstáculo para una acumulación capitalista más acelerada. En ese contexto, el Imperio británico prohibió el tráfico de esclavos por primera vez en 1807. Por medio de la Aberdeen Act, promulgada en 1845, la Marina Real se arrogó el derecho de aprehender cualquier navío negrero en el Atlántico. En Brasil, la presión diplomática y militar inglesa propiciaron la ley Eusébio de Queirós, sancionada en 1850, que prohibió la importación de esclavos africanos. Luego de la Guerra contra Paraguay –donde miles de negros sirvieron de carne de cañón en todos los países beligerantes– se estableció la Ley del Vientre Libre en febrero de 1871. Otra legislación, la de los Sexagenarios, estableció en 1885 la libertad de los esclavos con más de 65 años.

Es nítido que, en la década de 1880, tanto la esclavitud como el propio régimen monárquico estaban en crisis. El plan inicial de una abolición sin pérdidas para los propietarios de esclavos, es decir, concretada de manera gradual hasta que el último esclavo muriese, se demostró cada vez más complicado por el recrudecimiento de un fuerte movimiento abolicionista.

Por ello, la idea de que la abolición de 1888 tuvo un móvil humanitario por parte de la princesa Isabel –la “redentora de esclavos”– y su séquito de plantadores de café, no solo es superficial sino representa una fábula racista. La esclavitud estaba en proceso de desintegración por una combinación de factores: la presión internacional por el fin del tráfico negrero y las incontables luchas de los propios esclavos, que la corroían por dentro. Un sector de la élite, preocupada con una rebelión negra, se movía con el criterio de “hagámosla nosotros, antes que ellos lo hagan”.

En la sesión del Senado que se dio en la víspera de la abolición, el Barón de Cotegipe, líder de la bancada esclavista, sentenció: “¿Sabéis cuáles serán las consecuencias? No es secreto: enseguida se pedirá la división de tierras…sea gratis o por un precio mínimo, ¡y el Estado podrá decretar la expropiación sin indemnización!”[3]. Este era el temor que sacaba el sueño a los esclavistas. El miedo a que la abolición desembocase en un cuestionamiento popular no solo a la propia esclavitud sino a la estructura latifundista. Los sectores burgueses abolicionistas que defendían conceder mínimas condiciones de inserción de los exesclavos en el futuro mercado “libre” de trabajo, como conceder parcelas de tierras, fueron derrotados.

De esta suerte, la abolición se dio sin ninguna reparación. No garantizó absolutamente nada a los aproximadamente millón y medio de esclavos liberados en 1888. Ninguna indemnización. No se aplicó ninguna política de empleo o concesión de tierras. Nada. De un día para el otro estaban en la calle, completamente desposeídos, librados a su suerte.

Este hecho es determinante para entender la historia y el presente en Brasil. Actualmente, 56% de la población brasileña se declara afrodescendiente. La forma como la esclavitud fue abolida permitió que el racismo continúe profundamente arraigado en la sociedad. Muchos datos ilustran esto. La pobreza extrema (menos de US$ 1,90 por día) afecta a 8,8% de la población negra y a 3,6% de los considerados blancos[4]. El porcentaje de negros que habitan viviendas precarias, concentradas en las conocidas favelas, sin servicios de agua potable, recolección de basura o desagüe cloacal, alcanza 44,5%. A pesar de que constituyen 55% de la fuerza de trabajo, los afrodescendientes representan 64,2% de los desempleados. El resto debe soportar las condiciones de los empleos más precarios: 47,3% de los negros malvive en la informalidad, mientras que esa realidad afecta a 35% de las personas blancas. En una mezcla macabra de racismo y machismo, las mujeres negras reciben solo 44% del salario promedio de un varón blanco. Por su parte, los hombres negros reciben 56% de los salarios que sus congéneres blancos[5]. Incluso entre quienes poseen educación superior, los ingresos de los blancos superan 45% a los negros con el mismo nivel de instrucción[6]. Mientras el analfabetismo en la población negra en 2018 alcanzó 9%, ese indicador entre los blancos se situó en 3,9%[7]. Según el Atlas da Violência de 2019, 75,5% de los asesinados en 2017 fueron individuos negros[8]. De los más de 800 mil presos en Brasil –la cuarta población penitenciaria en el mundo– 62% son negros o pardos[9].

Los primeros datos de la actual pandemia, que se abatió sobre este organismo social con dolencias preexistentes, reafirman la situación de vulnerabilidad de la población negra. En São Paulo, epicentro del nuevo coronavirus, los negros tienen 62% más posibilidades de morir que los blancos[10].

El 13 de mayo marca el final jurídico, formal, de la esclavitud. Pero este acto institucional no puede ocultar el proceso de crisis de la esclavitud negra en Brasil, que se arrastró durante décadas. Ni, mucho menos, el papel de la resistencia de los propios esclavos desde el comienzo de su martirio en el siglo XVI: fugas, sabotajes, suicidios, rebeliones armadas. De hecho, el movimiento negro brasileño reivindica otra fecha para simbolizar la resistencia de su pueblo frente a la barbarie esclavista, el 20 de noviembre.

Es un homenaje a lo que representó el icónico Quilombo dos Palmares, un territorio liberado –con organización política y social propias– que llegó a albergar más de 20 mil esclavos fugitivos que resistieron militarmente a sucesivas embestidas de esclavistas holandeses y portugueses durante más de un siglo.

El 20 de noviembre de 1695, su ultimo líder, Zumbi dos Palmares, fue capturado y degollado. Su cabeza fue salada y exhibida en plaza pública. En 1696, el gobernador de Pernambuco, Caetano de Melo e Castro, escribió al rey: “Determiné que pusiesen su cabeza en un poste en el lugar más público de esta plaza, para satisfacer a los ofendidos y justamente quejosos y atemorizar a los negros que supersticiosamente creían que Zumbi era inmortal, para que entendiesen que esta empresa acababa definitivamente con los Palmares”. El gobernador, sin embargo, no pudo acabar con la memoria de Zumbi ni borrar la heroica historia de la resistencia negra contra su esclavización. Esa historia sigue y seguirá viva en cada lucha presente y futura de la clase trabajadora brasileña, mayoritariamente negra, en contra de su explotación.

La esclavitud, con su legado de desigualdad y racismo, merece un debate serio. No puede ser vista como algo distante. El capitalismo actual continúa explotando 40 millones de esclavos modernos, de los cuales 25% son niños[11]. Sí, en pleno siglo XXI existen más esclavos que cuando la esclavitud era legal.

Para finalizar, vale una advertencia. Para aquellos que, por ignorancia o racismo, crean que el estigma terrible de la esclavitud es una exclusividad “brasuca” –así, en sentido general y despectivo–, es necesario recordar que aquellos individuos tenidos como “héroes nacionales” en Paraguay, como el doctor Francia y los dos López, no solo nunca abolieron la esclavitud, sino que ellos mismos eran propietarios de seres humanos negros. Esto, sin contar los siglos de esclavitud, ya sin tapujos, ya velada –combinada con elementos de servidumbre– a la que los antepasados de las clases poseedoras del Paraguay actual explotaron y diezmaron a la población indígena. Sí, la esclavitud también es una mancha en nuestra historia.

Publicado originalmente en El Suplemento Cultural de ABC Color

Notas


[1] El promedio de vida de un esclavo africano en Brasil no superaba los 30 años.

[2] Se estima que el lucro del tráfico negrero podía alcanzar 500%, incluso contando que por lo menos 15% de los secuestrados morían durante la travesía.

[3]Consultar: <https://brasil.elpais.com/brasil/2019/11/15/politica/1573824412_841710.html?fbclid=IwAR3uiQi9RXSLY-leeiIb9auA7-S6OBDr–tB5zaSTvu1fsPvWBo1gWRdUwc>.

[4] Consultar: < https://piaui.folha.uol.com.br/lupa/2019/11/20/consciencia-negra-numeros-brasil/>.

[5] Consultar: <https://agenciabrasil.ebc.com.br/economia/noticia/2019-11/negros-sao-maioria-entre-desocupados-e-trabalhadores-informais-no-pais>.

[6] Consultar: <https://agenciabrasil.ebc.com.br/economia/noticia/2019-11/negros-sao-maioria-entre-desocupados-e-trabalhadores-informais-no-pais>.

[7] Consultar: < https://oglobo.globo.com/sociedade/educacao/analfabetismo-entre-negros-cai-mas-ainda-o-dobro-de-brancos-24079512>.

[8] Consultar: < https://www.almapreta.com/editorias/realidade/atlas-da-violencia-2019-75-5-das-vitimas-de-homicidio-no-brasil-sao-negras>.

[9] Consultar: <https://www2.camara.leg.br/atividade-legislativa/comissoes/comissoes-permanentes/cdhm/noticias/sistema-carcerario-brasileiro-negros-e-pobres-na-prisao>.

[10] Consultar: < https://g1.globo.com/sp/sao-paulo/noticia/2020/04/28/pretos-tem-62percent-mais-chance-de-morrer-por-covid-19-em-sao-paulo-do-que-brancos.ghtml>.

[11] Consultar: < https://www.ilo.org/global/about-the-ilo/newsroom/news/WCMS_574731/lang–es/index.htm>.